22/02/2024 (Ciudad de México). En febrero de 2022, cuando el ejército ruso cruzó las fronteras oficialmente definidas con Ucrania, tomando rumbo a Kiev, comenzó la peor guerra en el continente europeo en más de ochenta años. Desde entonces se han desplegado centenares de miles de soldados de uno y otro bando, miles de mercenarios fueron también contratados para ponerlos en acción en encarnizados combates, se han utilizado centenares de miles de toneladas de explosivos, no se conoce la cantidad exacta de muertos y heridos, pero si se sabe que son millones los seres humanos desplazados por efecto de las armas, cada vez más sofisticadas, cada vez más destructivas.
La guerra ha tenido numerosos escenarios que volvieron medianamente conocidos nombres de lugares que antes se ignoraba su existencia: Bucha, Mariupol, Limán, Bakhmut, Avdiivka. Esto suele pasar con las guerras, que convierten en tristemente célebres ciudades o regiones donde murió mucha gente: Antietam, Tannenberg, Galípoli, Stalingrado, Ardenas, Hué.
Por supuesto, la guerra de propaganda se ha elevado a niveles nunca antes vistos, tanto por el aparato de Estado de Rusia, como por la agregación de estructuras propagandísticas de los países de la OTAN y los medios de comunicación corporativos que respaldan a Ucrania. La narrativa que hablaba de una guerra entre la democracia y el autoritarismo, representando Kiev la primera y Moscú la segunda, fue estructuralmente dañada cuando el democrático régimen de Israel –con el respaldo de Bruselas y Washington- comenzó el genocidio en la Franja de Gaza.
La geopolítica ha marcado el ritmo de la confrontación, al extremo de que el denominado “occidente colectivo”, representado por los Estados Unidos y la Unión Europea, que se asumía hegemónico a nivel financiero, en realidad ya no lo era, por lo que las numerosas sanciones impuestas a Rusia no tuvieron la contundencia esperada y, en algunos casos, fueron contraproducentes.
El apoyo financiero, militar y logístico de los países de la OTAN a Ucrania, ha mermado según el conflicto se alargaba. Las reuniones de jefes de Estado de la Unión Europea no lograban consensos por la oposición de Hungría; el Congreso de los Estados Unidos tampoco alcanzaba acuerdos presupuestarios por la oposición de los republicanos. El resultado: menos respaldo efectivo. Y todo mientras la maquinaria de guerra rusa seguía funcionando con un poderío que los servicios de inteligencia occidentales subestimaron.
Hoy el balance de fuerzas se presenta desfavorable para el ejército ucraniano, que tras la derrota en la ciudad de Avdiivka, está afrontando la ofensiva de las tropas rusas en varios otros lugares del enorme frente de batalla.
Esta situación ha sido advertida nada menos que por el secretario general de la OTAN, el noruego Jens Stoltenberg, que acaba de afirmar: “los datos que nos están llegando demuestran que la situación en el campo de batalla es extremadamente difícil para Ucrania”.
Es cierto que a nivel de los gobiernos europeos y estadounidense se mantienen las sanciones contra Rusia, pero sondeos de opinión ciudadana muestran que en Estados Unidos esta guerra cuenta con cada vez menos respaldo, ya que se cuestiona las razones que llevan a gastar tanto dinero en un lugar que queda al este de Europa, muy lejos de las cotidianas preocupaciones de las familias norteamericanas.
Y en Europa la tendencia, tanto en los gobiernos como en la ciudadanía, es asumir en forma realista la situación y comenzar a debatir las condiciones de una paz justa.
Tal vez esté llegando el tiempo en que los cañones paren de disparar.