Por: Héctor Tajam


Recientemente ha resurgido una vieja idea, la dolarización de la economía, como una especie de solución mágica ante crisis cambiarias y de hiperinflación. El debate se origina en Argentina, pero el contagio es previsible para los diversos combates electorales que se avecinan en la región.
Dolarización en el continente
Actualmente hay 3 países en América Latina carentes de moneda propia, consecuencia de su sustitución por el dólar de Estados Unidos. En los tres casos la dolarización de las economías estuvo asociada a la influencia directa del propio Estados Unidos (Panamá y El Salvador) o a crisis económico-financieras muy graves (Ecuador).
Panamá comenzó a sustituir su moneda nacional, el balboa, por la divisa norteamericana a partir de 1904, presionado por el gobierno de Estados Unidos que asumió el control del Canal de Panamá, luego de pergeñar todo un proceso separatista de Colombia cuando el parlamento colombiano se opuso a la construcción del canal. EE.UU. decide apoyar la causa separatista panameña y el 13 de noviembre de 1903 reconoció formalmente a la República de Panamá. Sin perder un minuto, el 18 de noviembre se firmó la construcción del Canal.
En el caso de Ecuador, la dolarización estuvo precedida por una gravísima crisis financiera y fiscal a fines del siglo XX (1998-99), que provocó una hiperinflación hasta entonces desconocida. La falta de confianza en la moneda nacional (el sucre) provocó un proceso espontáneo de dolarización de la economía, que el presidente Jamil Mahuad institucionalizó el 9 de enero de 2000. El cambio al cual se procesó la sustitución del sucre por el dólar licuó los ahorros, y el ajuste de precios por el nuevo sistema devaluó ingresos. Estos hechos tuvieron tal magnitud que provocaron una crisis social que desembocó en el golpe de estado encabezado por el coronel Lucio Gutiérrez. Los ecuatorianos emigraron en masa a Europa y EE.UU., pero el dólar llegó para quedarse en este país.
Un año después, fue el gobierno de Francisco Flores, en El Salvador, que procedió a la dolarización de la economía nacional, sujeta a la firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC) con EE.UU.
En los años 90, en el cono sur latinoamericano se dieron experiencias de manejo del dólar en circunstancias similares de picos inflacionarios, pero sin llegar al extremo de la dolarización completa. El más profundo de ellos se dio en Argentina cuando en 1991 el ministro de economía Domingo Cavallo, bajo el gobierno de Carlos Menem, impuso, por la Ley de Convertibilidad del Austral, la paridad entre la moneda nacional y el dólar, conocida como el “uno a uno”. En Uruguay la inflación en el año 1990 superó el 120%, ante lo cual el gobierno de Lacalle Herrera, además del consabido ajuste fiscal, puso en marcha un mecanismo de cambio fijo que situaba el dólar en una banda de flotación predeterminada.
Consecuencias
En los modelos acabados de dolarización, Panamá terminó convirtiéndose en un paraíso fiscal donde protegen su dinero los grandes evasores, la mafia mundial del lavado de dinero y de la corrupción. Para ejemplo basta con los Panamá Papers y el reciente escándalo de la empresa brasileña Odebrecht. Ecuador domesticó la inflación, pero se desindustrializó y quedó dependiente de los precios del petróleo. En El Salvador se produjo una de las emigraciones más grandes del continente, y pasó a depender de sus remesas desde el exterior, de las exportaciones de café en aquel momento, y de la maquila en prendas de vestir, papel y caucho.
En los modelos de estabilización, la hiperinflación se detuvo, pero Argentina se deslizó progresivamente hacia la peor crisis financiera del país en 2000-01, cuando el mismo Cavallo recurrió al “Corralito” evitando el retiro de depósitos de los bancos. El “Corralito” provocó un estallido social que terminó con la renuncia del presidente Fernando de la Rúa en diciembre de 2000, y obviamente, la convertibilidad terminó en una gigantesca devaluación en enero de 2001. En Uruguay pasó algo similar. En 2002 la economía nacional estaba sumida en su peor crisis económica y social, con una deuda pública superior a su PIB y el 40% de su población en la pobreza. El presidente Jorge Batlle no renunció, pero tuvo que pasarle la banda presidencial a Tabaré Vázquez, el primer presidente de izquierda del Uruguay.
Las causas
Distintos beneficios pudieron darse en aquellos tiempos por la adopción del dólar como moneda nacional, pero fue indudable la existencia de una contrapartida muy seria en lo que hace a la pérdida de soberanía, y de capacidades para desplegar políticas cambiarias y monetarias, especialmente para enfrentar shocks externos. Tanto los ingresos por exportaciones como el consumo importado, que se hicieron preponderantes en la economía doméstica, pasaron a depender exclusivamente de la variación de los precios internacionales sobre los cuales no se puede influir.
Una economía cuyos intercambios se realizan con una moneda que emite otro país solo puede aprovisionarse de los billetes necesarios a través de las exportaciones, y que estas superen al valor a pagar por las importaciones. El déficit comercial en esta circunstancia generó deuda externa. Otra fuente de circulante son las Inversiones Extranjeras, pero sus reclamos conducen a otorgar beneficios excesivos, y muchas veces a aceptarlas aunque no se necesiten y sean peligrosas para el ambiente. Todo esto ha llevado a procesos de endeudamiento importantes que se suman a la lógica del funcionamiento dependiente.
En economías con materias pendientes para insertarse en una ruta de desarrollo económico, la dolarización disminuyó sus posibilidades en la medida en que redujo su grado de industrialización.
Si a lo que demuestra la historia en la aplicación de este tipo de medidas, le sumamos el actual proceso internacional de sustitución del patrón dólar, se concluye que implementarlas no es solo ir a contramano del mundo, sino que sería desastroso de todo punto de vista.

 


 
(*) Héctor Tajam es Economista, director del Programa EconomiaPolitica.uy. Fue Diputado (2005/10) y Senador (2010/15) por el MPP, Frente Amplio. Miembro de la RedH