Para la humanidad uno de los grandes desafíos de época es la transición desde los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) a nuevas energías mucho menos contaminantes. Esta transición pasa por incrementar el uso de Energías Limpias: la Eólica que se produce aprovechando la fuerza de los vientos terrestres y marinos, la Fotovoltaica que aprovecha la luz solar, la Hidroeléctrica que se origina en los caudales de aguas, la de Biomasa que surge a partir de residuos orgánicos, la Geotérmica que se genera con el calor que irradia el centro de la Tierra y la Mareomotriz que aprovecha las mareas. No asumo como limpias la energía de hidrógeno verde que se basa en la separación del hidrógeno y el oxígeno del agua porque altera los equilibrios hídricos de la naturaleza, o la energía nuclear por los desastres radiactivos ocurridos en Chernobil el año 1986 y en Fukushima el 2011.

El imperativo ecológico de alcanzar un modo de vida basado en fuentes energéticas con bajas emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) puede convertir a América Latina en pionera en lograrlo. Estudios de mercado del “Banco de Desarrollo de América Latina CAF” concluyen que nuestro continente tiene la matriz de generación eléctrica más verde del mundo; cuenta con las mejores zonas del planeta para la producción de energía solar y eólica; solo genera alrededor del 8% de todas las emisiones de Gases de Efecto Invernadero en el mundo; y ha mejorado la cobertura del servicio eléctrico a la población, alcanzando casi el 100%.

Y aquí llegamos al Litio, un metal alcalino imprescindible para la transición energética, porque resuelve el principal problema: el almacenamiento perdurable y móvil de energía.

En el continente americano están las mayores reservas mundiales de Litio, con Bolivia en primer lugar con 22 millones de toneladas, seguido de Argentina con 20 millones y Chile con 11 millones; México también tiene importantes yacimientos que llegan a casi 2 millones de toneladas.

Pero que el Litio se encuentre en territorio nacional no significa que el control efectivo y el aprovechamiento del mineral sean soberanos. El neoliberalismo, que fue hegemónico por muchos años en América Latina, enajenó el patrimonio natural de las naciones y privatizó los recursos naturales en favor de empresas extranjeras. Saliendo de este contexto los cuatro países mencionados debieron encarar la tarea de recuperar soberanía.

Chile y Argentina se encaminaron hacia un modelo mixto de gestión de sus recursos naturales que preserva, en términos legales, el dominio nacional (federalizado en el caso argentino) pero concesionando por décadas a empresas los derechos de explotación de los yacimientos. Los Estados renuncian así a la posibilidad de realizar emprendimientos industriales del Litio, optando por dejar que la inversión y el riesgo corran a cargo de capitales privados, para proceder a cobrarles regalías e impuestos una vez que se consoliden y desarrollen los proyectos.

Bolivia y México decidieron nacionalizar el Litio y conformar empresas públicas encargadas de su industrialización de manera directa o en asociación con capitales privados. En el caso boliviano la empresa se creó en abril del 2017 con el nombre de “Yacimientos de Litio Boliviano” (YLB); en el caso mexicano se llama “Litio para México” (LitioMx) fundada en agosto de 2022.

Pero el círculo virtuoso del Litio no concluye con recuperar y ejercer soberanía sobre el recurso natural, declarando áreas de reserva fiscal los reservorios certificados. Para industrializar se necesitan grandes inversiones y tecnología. Y justamente el acceso y dominio tecnológicos marcan la diferencia entre las potencias capitalistas y los países latinoamericanos que intentan sus propias vías de desarrollo. China lidera la carrera tecnológica en la industrialización de los llamados “minerales críticos”, el Litio entre ellos, pero en fuerte competencia con Estados Unidos, Canadá, Australia, Japón, Corea del Sur y la Unión Europea que hace un año crearon la “Asociación de Seguridad de Minerales”.

En esta competencia entre gigantes, ni Bolivia, Chile, Argentina o México, por separado, podrán superar el obstáculo de no contar con toda la tecnología necesaria para agregar valor en la cadena productiva del Litio, que va desde la extracción hasta la producción de baterías y autos eléctricos. La única posibilidad es avanzar juntos en la negociación en bloque de la transferencia de tecnologías como parte de los acuerdos de inversión con los grandes conglomerados industriales que actualmente controlan el mercado mundial del denominado “oro blanco”.