01/01/2024 (Ciudad de México). No es sólo el genocidio en la Franja de Gaza, una matanza efectuada por el ejército israelí, que ya ha dejado un saldo de 21.000 fallecidos y 53.000 heridos, además de centenares de miles de desplazados y refugiados en los pocos lugares que podrían considerarse seguros en un lugar, calificado por organismos de derechos humanos internacionales, como “el más peligroso del mundo para gente civil”.

La magnitud del holocausto –sí, ésa es la palabra, aunque no les guste a los sionistas o precisamente por eso- contra el pueblo palestino no está logrando el objetivo soñado por los supremacistas que creen que el pueblo “elegido” de Israel es superior a cualquier otra etnia: arrasar con las ciudades y vaciar Gaza de palestinas y palestinos, que escaparían huyendo de las bombas hacia cualquier lugar, preferiblemente Egipto, para nunca más volver.

Hace meses escribí que Netanyahu y su gobierno habían observado con sumo interés lo ocurrido en septiembre en Nagorno-Karabaj, enclave territorial disputado entre Armenia y Azerbaiyán, cuando el ejército azerí desató una terrible ofensiva que forzó la huida de 100.000 armenios.

Tal vaciamiento no está pasando en Gaza, aunque sí mucha gente optó por irse a otros países o a la cercana y también peligrosa Cisjordania (el otro territorio palestino). Consciente de que no podrá lograr uno de sus objetivos, el gobierno de Netanyahu acaba de anunciar que estaría dispuesto a aceptar “otra autoridad palestina desradicalizada en Gaza”. Anunció también que su ejército podría replegarse a determinadas zonas de la Franja para proteger a los civiles. Y no se piense que se trata de un súbito ataque de humanismo, es que apareció dentro de Israel, publicada por el periódico Maariv (Tarde) una encuesta que muestra desgastado y perdedor al Likud, el partido de extrema derecha del primer ministro.

Y esto sin mencionar que Israel acaba este año convertido en el personaje nefasto, al que casi todos detestan, de la escena mundial. El pasado 12 de diciembre, 153 países votaron una resolución pidiendo el alto al fuego inmediato en la Franja de Gaza, contra apenas 10 que se opusieron y 23 que se abstuvieron. El gobierno israelí sólo atinó a descalificar a la ONU, exigiendo la renuncia de su Secretario General, António Guterres. Pero la ONU y Guterres ganaron en legitimidad, aunque voces radicales insistan en afirmar que nada puede hacer –por los vetos de Estados Unidos- para obligar a parar la destrucción. Con que no se sume al ataque, proporcionando un velo de legitimidad al intervencionismo militar, como hizo en los casos de Irak, Afganistán, Libia o Siria, da al menos para continuar y reforzar la campaña mundial contra el genocidio.

En este contexto tan negativo para Israel, sus últimos ataques con misiles contra posiciones del ejército de Siria en los alrededores de la capital Damasco, así como los cada vez más frecuentes disparos de artillería y tanques contra la milicia Hezbollah en Líbano, parecen acciones de provocación para desatar un conflicto mayor en el Cercano Oriente. La pregunta es: ¿a quién le convendría desatar un nuevo fuego en esa región del mundo, cuando el incendio ucraniano aún no se apaga?