14/09/2023 (Ciudad de México)Vuelvo a escribir sobre África. Y es que conmovió al mundo la magnitud de dos desastres naturales que afectaron a Marruecos y Libia.

El viernes 8 de septiembre, cerca de la medianoche, Marruecos fue afectado por un terremoto con epicentro en la cordillera del Atlas, a 72 kilómetros al suroeste de Marrakech, ciudad que se dice es la más linda del país. El sismo tuvo magnitud de 6.8 en la escala de Richter -entró en la categoría de “fuerte”- y se originó a una profundidad relativamente baja, por lo que sus efectos fueron más destructivos, sintiéndose en todo el país, incluso en la ciudad de Casablanca, en la costa atlántica. Pero la mayor devastación ocurrió en decenas de pueblos y aldeas del centro y el sur del país, que es la parte más pobre y retrasada. Marruecos tiene un  Producto Interno Bruto que crece sin parar cada año, pero se distribuye de manera terriblemente inequitativa entre el norte desarrollado y el sur pobre.

Hasta el momento las cifras oficiales de víctimas brindadas por las autoridades marroquíes llegan a 3.000 muertos y 5.000 personas heridas, muchas de gravedad. Pero la respuesta gubernamental ha sido lenta y pesada, reflejando a su vez los caprichos de una monarquía anacrónica. Es que en Marruecos el rey tiene una autoridad religiosa y política indiscutible; es la persona que centraliza en sí misma todo el poder ya que nombra y puede cesar al Primer Ministro, ejerce el mando supremo de las Fuerzas Armadas, puede disponer y decretar el Estado de excepción, controla de manera directa la Cancillería, el ministerio de justicia, el de asuntos religiosos y todo el régimen interior. Incluso define cosas de fútbol, como en el torneo mundial de Qatar, donde se ufanaba –según el periódico español Marca- ante otros monarcas árabes que él era el que dictaba al entrenador Walid Regragui las estrategias y la formación del equipo que terminó en cuarto lugar.

Este rey Mohammed VI, al momento del desastre estaba en Paris en visita privada, y a su vuelta únicamente autorizó la ayuda de España, Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Reino Unido, rechazando la de muchos otros países. Tardó cuatro días en ir a visitar un hospital y tuvo una reacción lenta ante la tragedia. ¿Se merecen los pueblos seguir dependiendo así de la voluntad o la falta de ella de un predestinado?

Pero no fue el único país devastado. En Libia, el domingo 10 de septiembre el ciclón de tipo tropical mediterráneo más mortífero jamás registrado impactó en la costa. “Daniel” recorrió todo el noroeste dejando un saldo trágico de 6.500 personas muertas y casi 10.000 desaparecidas sólo en la ciudad de Derna. Esta urbe de 120.000 habitantes fue la más afectada por los vientos ciclónicos porque resquebrajaron dos represas con lo que se vertieron 33 millones de litros de agua sobre áreas pobladas, llevándose el turbión todo por delante. 

El mayor desastre natural en la historia de este país, ocurrió en un tiempo en que las labores humanitarias se dificultan por la guerra civil que desde hace 12 años destruye al país libio, que ya ni quisiera es un solo país, pues tiene dos gobiernos que se disputan militarmente el territorio, uno asentado en la ciudad de Trípoli y el otro en la ciudad de Bengasi.

Libia, con una población de 7 millones de habitantes, a inicios del siglo veintiuno era uno de las naciones más desarrolladas del continente africano. Con el objetivo abierto de derrocar al gobernante Muamar El Gaddafi, y encubierto de adueñarse del petróleo y las enormes reservas de agua dulce subterránea que tiene, el año 2011 los Estados Unidos junto a la OTAN atacaron el país y financiaron a grupos militares que, luego de matar a Gaddafi, desataron una guerra interminable entre ellos. Hillary Clinton, que era entonces Secretaria de Estado del presidente Obama, en una entrevista ese mismo 2011 se jactó cínicamente de haber invadido el próspero país. “¡We came, we saw, he died!” (¡Vinimos, vimos, él [Gaddafi] está muerto!»). 

Y siguen muriendo. Ojalá la tragedia causada por “Daniel” sirva al menos para que el mundo vuelque nuevamente la mirada hacia un país que clama por la paz.