15/04/2024 (Ciudad de México). Cada tanto, Peso Pluma, exponente de los llamados “corridos tumbados”, vuelve a estar en el centro del debate público. Sea porque se presenta en festivales internacionales como el Coachella o el Viña del Mar, sea porque sus canciones rompen récords en las principales plataformas digitales o por sus historias de amor, Peso Pluma constantemente se convierte en el centro de controversias entre fanáticos, escuchas y detractores.

Por un lado, están aquellos que les parecía poco defendible la masividad que rodea a alguien que se considera referente de la llamada “narcocultura”, cuyas letras se interpretan muchas veces como una clara “apología a la violencia” y el crimen.

Del otro lado, se encuentran las visiones que le otorgan cierto valor a la escucha de referentes como Peso Pluma, pues son “productos culturales” que terminan siendo una especie de apoyo simbólico que le permite a “los jóvenes pobres y en contextos de violencia” darle sentido a lo que viven.

Además, según esta versión, productos culturales como Peso Pluma terminan siendo una suerte de mecanismo de interlocución entre esos jóvenes y aquellos que quieran entender la violencia para, por supuesto, prevenirla. En esta última versión, se le otorgan características contraculturales a los corridos tumbados, llegando a afirmar que Peso Pluma es el “nuevo ídolo punk” que reta al establishment y a “las buenas conciencias”.

El problema con ambas versiones es que le atribuyen al género “Corridos tumbados” –cuyo mayor exponente mundial es, sin duda, Peso Pluma– características que no necesariamente tienen o que las tienen sólo parcialmente. Iniciando con que ambas dan por sentado que los jóvenes de sectores populares potencialmente vinculados con la violencia criminal son los principales o, incluso, los únicos consumidores de este género.

En uno u otro texto, los autores nos advierten sobre la necesidad de “reflexionar” acerca de las consecuencias que tiene que este sector –siempre proclive a ser “capturado por el crimen”– escuche música que se observa como lo más violento que ha existido en México.

Esa es otra de las suposiciones más replicadas. Los analistas se imaginan las letras como un producto cultural que refleja de manera “cruda” la violencia que los jóvenes experimentan. Y esto ocurre tanto para las llamadas “buenas conciencias” que preferirían la censura de los corridos tumbados, como para los defensores de los productos culturales consumidos “por los sectores populares”.

Aquí cabe preguntarnos, ¿son los jóvenes en condiciones precarias y violentas los principales escuchas de los corridos tumbados? Y, quizás lo más importante, ¿las letras en este género son un “reflejo” de la violencia realmente existente en el narcotráfico y la delincuencia mexicana?

Considero que, en ambos casos, la respuesta es negativa.

Por el contrario, sostengo que los corridos tumbados son, en realidad, un producto de y para las redes sociales, además que son muchos los sectores que los consumen, independientemente de que lo relacionen con una violencia vivida en primera persona o no.

En realidad, la masificación de este consumo no podría contar exclusivamente con jóvenes en condiciones precarias para poder llegar a ser, en el caso de Peso Pluma, uno de los artistas más escuchados a nivel global durante los últimos años. ¿Cómo podría ser conocido globalmente y ocupar los primeros lugares de las listas de escuchas en plataformas como Spotify, YouTube u otras si su único público son los “jóvenes precarizados y potencialmente violentos” en México?

Las canciones de Peso Pluma y de otros exponentes de los corridos tumbados, como el Chino Pacas, fueron virales primero en Tik Tok; hasta un momento posterior a su viralidad fue que se conocieron los nombres de sus intérpretes, haciéndose famosos en otros medios.

Recuerdo bien cuando hace un par de años, una gran cantidad de reels creados en Tik Tok eran musicalizados con los estribillos de “siempre pendientes…” o de “y por todo el boulevard…”, mucho antes de que siquiera supiera de la existencia de sus intérpretes. Ya en un segundo momento, supe quiénes eran y de dónde venían, de qué hablaban la mayoría de sus canciones y por qué se les asociaba a la violencia.

Aunado a ello, sus letras no son realmente un reflejo crudo de la violencia, tal como sí lo fueron, en su momento, el Komander o Cárteles Unidos, por poner un ejemplo. Mientras Peso Pluma o Fuerza Regida – otro de los principales exponentes de este género– llegan a utilizar iniciales para evitar ciertas palabras castigadas por los algoritmos en sus canciones (JGL, PCR, TQM, etc.), el Komander cantaba odas a jornadas violentas en las que estaban involucradas decapitaciones y masacres, sin ningún temor a la censura o al reproche de las llamadas “buenas conciencias”. En el caso de Peso Pluma, en contraste, canciones como “El Azul” han sufrido ya el embate de la censura en la plataforma Spotify.

La última: hoy, el interés en las redes sociales no gira en torno a las canciones de Peso Pluma y la violencia que promueve, sino a sus romances, su portada en la revista Rolling Stone o cuántas canciones ha tenido en el top 10 en Spotify. En el fondo, Peso Pluma, el referente que las buenas conciencias tienen como “una apología al crimen”, o que los analistas progresistas “de productos culturales” encuentran como “el nuevo punk”, hoy es un ícono de los chismes de parejas de famosos en medios de comunicación masiva.

Me parece que existen muchos indicios para entender que, si la música de Peso Pluma le da sentido a la violencia, lo hace principalmente para un público masivo cuya mayoría de integrantes no pertenece a los jóvenes precarios y en condiciones de violencia que se imaginan los “analistas” de la cultura. Por el contrario, al ser un producto de masas, en realidad, termina por brindarle ese sentido a la sociedad en general que es testigo de la violencia, muchas veces de manera lejana o circunstancial.

Es decir, si alguien le da sentido a la violencia con la música de Peso Pluma somos nosotros, y eso incluye desde centennials hasta boomers, la gran mayoría personas no involucradas de manera directa con la violencia que consumimos ese producto en redes sociales, en fiestas y antros y, por supuesto, en conciertos que son cada vez más costosos y masivos, mismos a los que los jóvenes precarizados tienen poco o nulo acceso. Por supuesto, eso también incluye a los propios “analistas” de los productos culturales, que a partir de su propia narrativa también le otorgan sentido a la violencia que observan, hasta el punto de hablar de una “crudeza” en el mundo que, según ellos, los corridos tumbados buscan representar.

Pobres, ricos y clase media: todos consumimos a Peso Pluma, y escucharlo nos permite darle un sentido transversal a la violencia porque tiene un filtro colocado previamente por las plataformas digitales. La violencia que nos presentan es una edulcorada, filtrada y “light”, la cual nos permite trivializarla. ¿Por qué trivializarla y no condenarla, como hacen las buenas conciencias? Porque ya la hemos condenado hasta el hastío y, tal vez, estamos cansados de no ver resultados de nuestras peroratas morales en contra de la llamada “apología del delito”.