Curiosamente, el bloque de países con economías emergentes y que se caracterizan por tener numerosas poblaciones, cuya orientación de conjunto se fue convirtiendo en cada vez más cuestionadora de la hegemonía del capitalismo estadounidense, nació en Nueva York. El 20 de septiembre de 2006, con motivo de una reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, los cancilleres de Brasil, Rusia, India y China se reunieron en esa ciudad, sellando los primeros acuerdos. El 2010 se les sumó Sudáfrica, y es a partir de entonces que se utiliza el acrónimo “BRICS” de manera cada vez más frecuente.
Esta semana se realizó en Sudáfrica una nueva Cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de los cinco países signatarios. Los debates se concentraron en definir su expansión para los siguientes años lo que, para cualquier bloque, siempre es una discusión de resolución compleja porque la incorporación de mayor cantidad de países supone una redistribución interna del poder. Por tal razón este debate concentró la atención y consumió casi todo el tiempo (2 días) que los mandatarios disponían para la Cumbre. Dar pasos más acelerados hacia la desdolarización o crear una moneda común al grupo, que esa era la propuesta del presidente del Brasil Lula da Silva, quedaron postergados para un siguiente encuentro.
Volviendo a la ampliación del bloque, India expresó posiciones bastante conservadoras y postuló la necesidad de que los BRICS incorporen sólo a países que están en condiciones de cumplir de forma inmediata con los compromisos del bloque, como por ejemplo aportar al “Nuevo Banco del Desarrollo” (NBD) que se fundó el 2014 y que tiene un capital inicial de 50 mil millones de dólares, con aportes de 10 mil millones de cada uno de los países. Esta poderosa entidad financiera, que ya le disputa al Fondo Monetario Internacional la primacía a nivel mundial, tiene su sede en la ciudad de Shanghai y es dirigida por la ex presidenta brasileña Dilma Roussef.
China moduló sus posiciones en función de su interés estratégico por impulsar la “Nueva ruta de la Seda”, por lo que su prioridad era incorporar a los países más poderosos del mundo árabe que son también importantes socios comerciales del gigante asiático. Sudáfrica tenía interés en ampliar la presencia de países africanos. Brasil promovió la inclusión de Argentina. Rusia, enfrascada en una guerra que se está prolongando en Ucrania y sin que Vladimir Putin pudiera asistir a la reunión, se limitó a apoyar a China.
Al final los BRICS acordaron una ampliación regulada, comenzando por aceptar a seis nuevos países –Argentina, Egipto, Irán, Etiopía, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos- que se convertirán en parte del bloque desde el 1 de enero de 2024. Otros 24 países que habían solicitado su ingreso –destacando Vietnam, Argelia, Indonesia, Cuba y Bolivia- tendrán que esperar.
De esta forma los BRICS confirman que se han convertido en el eje económico y geopolítico más dinámico del mundo en la actualidad, que sigue creciendo en población, territorio y producción. Al iniciar el 2024, con las nuevas adhesiones, representarán el 37% de la Producción mundial y el 47% de la población.
Su consolidación es un paso más hacia un orden internacional multipolar, en el juego de las potencias globales. Con Estados Unidos que todavía lucha contra la inflación pero recupera su dinamismo económico aprovechando la guerra en Ucrania, que le ha permitido fortalecer su complejo militar industrial y consolidarse como el principal exportador mundial de petróleo vendiendo caro a los europeos. Con la propia Unión Europea que ha caído en la recesión y es fuertemente dañada por el calentamiento global, por lo que es cada vez más subsidiaria de Washington. Con el mundo árabe en el que también se robustecen los países petroleros.
América Latina debe aprovechar este nuevo contexto. Ser parte de los BRICS con identidad productiva propia, aprovechando nuestras ventajas comparativas, es una opción que nuestros gobiernos debieran considerar.