La Cumbre entre la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión Europea, hace unos meses parecía destinada al fracaso. No se habían reunido en ocho años, primero por el debilitamiento del bloque latinoamericano, debido a las presiones del gobierno de Estados Unidos, que nunca aceptó una coalición continental que los deje fuera junto con Canadá, y segundo por las fisuras internas que causaron los presidentes Mauricio Macri de Argentina y Sebastián Piñera de Chile, a los que luego se sumó el ultraderechista Jair Bolsonaro de Brasil. La CELAC fue perdiendo impulso y parecía que la Organización de Estados Americanos (OEA) volvía de recobrar protagonismo. Entonces ocurrió algo trascendental: en México ganó la presidencia Andrés Manuel López Obrador el 2018 con lo que se frenó el desgaste de los procesos de transformación latinoamericanos. Pero tuvieron que pasar más años para retomar las cumbres, porque la pandemia que el año 2020 que paralizó al mundo no permitía grandes eventos diplomáticos.
En este lapso Europa perdió espacio en la geopolítica internacional, comenzando por su moneda común –el Euro- que se ha devaluado al punto que hoy casi no se la toma en cuenta como reserva internacional. Aumentaron las inversiones chinas y se mantuvieron las estadounidenses en los países de esta parte del mundo, mientras que Europa comenzó a sentir los primeros síntomas de desaceleración y luego recesión de su economía. A lo que suma que el 2022 comienza la guerra en Ucrania, con todas sus consecuencias –ruptura forzada de los acuerdos energéticos con Rusia y transición a una mayor dependencia de Estados Unidos como proveedor de gas y petróleo, desmesurado incremento de los presupuesto de Defensa (mejor sería llamarles de guerra) con el consiguiente recorte de presupuestos de inversión social, agravamiento de la migración forzada.
Todo nos lleva a la conclusión de que Europa necesitaba de esta Cumbre más que Latinoamérica. Por ello Úrsula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, tuvo que viajar presurosa a Brasil, Argentina, Chile y México, para persuadir a sus presidentes a que vayan a su tierra natal, a Bélgica, y no mandaran en su representación a vicepresidentes. Ese viaje salvó la Cumbre.
Luego de dos días (17 y 18 de julio) intensos y con bastante calor, el balance debe partir por lo que afirma el presidente Lula da Silva de Brasil: “Pocas veces vi tanto interés político y económico de los países de la Unión Europea hacia América Latina”. Lula se ha convertido en el gran referente hemisférico, por presidir un país que es parte de los BRICS, el nuevo eje del poder económico global.
Europa anunció inversiones de 45.000 millones de euros en esta parte del mundo, que lo hará para evitar seguir rezagándose ante el poderío de Washington y el de Beijing. Los países de la CELAC recibieron con moderado optimismo este anuncio con que la UE quiere lanzar su megaproyecto “Global Gateway”, dejando en claro que evaluarán que esas inversiones no sean para fomentar el extractivismo o el daño ambiental. En varias intervenciones de mandatarios latinoamericanos se fijó la posición de que los flujos de inversión deben estar integrados a la transición energética y las acciones para frenar el calentamiento global, aunque no se llegó a acuerdos respecto al financiamiento de las denominadas “iniciativas verdes”. La obsesión europea por el litio quedó muy clara cuando la delegación de Argentina (segundo país en reservas mundiales del metal alcalino) condicionó la firma del documento de la Cumbre a que estuviera la referencia a la disputa por la soberanía de las Islas Malvinas; los europeos no dudaron en darle la espalda a los ingleses, devolviéndoles gentilezas por el Brexit.
El colombiano Gustavo Petro tuvo una actuación destacada en la Cumbre oficial, pero también en la Cumbre de los Pueblos que de manera paralela se efectuó en la misma ciudad de Bruselas. Sus intervenciones mostraron a una nueva izquierda que se toma muy en serio los derechos de la Madre Tierra, la defensa de la naturaleza. Petro va camino a convertirse en el nuevo ícono de la izquierda latinoamericana, como hace diez años lo fueron Evo Morales o Pepe Mujica. El otro lado de la moneda es Gabriel Bóric, representante de una izquierda surgida en aulas universitarias a la que siempre le ha faltado pueblo, y que hoy se esfuerza por caer bien a los sectores conservadores de la sociedad chilena. Su periplo por Europa no dejó nada trascendente.
¿México? Cuando el puesto de Secretario de Relaciones Exteriores quedó vacante por renuncia de su anterior titular, el presidente López Obrador designó a Alicia Bárcena, que era la embajadora mexicana en Chile, que antes trabajó en altos caros en la ONU con los secretarios generales Kofi Annan y Ban Ki-Moon y fue también directiva de la CEPAL. Bruselas fue una especie de presentación en sociedad –en este caso sociedad diplomática, donde se mueve como pez en el agua- de Bárcena, que tuvo una nutrida agenda de reuniones con más de 20 delegaciones de países europeos, latinoamericanos y caribeños, con instituciones internacionales, foros de atracción de inversiones y con mexicanos y mexicanas residentes en Europa.
Lo dicho: América Latina ganó, pues ni siquiera la alicaída Europa pudo imponer la presencia del presidente ucraniano Zelenski y mucho menos sumar a nuestros países al “esfuerzo de guerra” (léase envío de armas y municiones). La declaración en lo referente a la guerra de Ucrania es descriptiva y lo importante es que deja abierto el camino para la paz.