En medio de una crisis global múltiple que abarca las dimensiones productiva, ambiental, sanitaria, financiera, energética, alimentaria y hasta militar, los países latinoamericanos buscan salidas económicas que, a tiempo de proteger sus capacidades productivas nacionales, les permitan mejorar su inserción en un sistema económico mundial cada vez más interdependiente.
Ubicados en los extremos norte y sur de la región latinoamericana, México y Argentina han tenido una evolución post pandemia con desempeños absolutamente distintos: sólido y estable el primero, frágil y crítico el segundo.
México recuperó en menos de dos años su funcionamiento económico, alcanzando un nivel de estabilidad y crecimiento sostenido, con baja inflación (1,49% durante el primer cuatrimestre de 2023), bajos niveles de desempleo (2,8% de la población económicamente activa), favorable balanza comercial -más exportaciones que importaciones- y un buen manejo de la deuda externa. Hoy, la expresión “súper peso” sirve para referirse al sorprendente incremento del valor del peso mexicano, como una de las monedas que más se ha fortalecido en el mundo y que confirma esa solidez de la que hablamos.
Argentina, en el mismo período desde la pandemia, ha visto caer casi todos sus indicadores macroeconómicos, con una inflación de dos dígitos (32% durante el primer cuatrimestre de 2023) que afecta principalmente a productos esenciales de la canasta familiar, una tasa de desempleo que se mantiene en el 7% de la población económicamente activa, la pérdida del valor del peso argentino que terminó el año pasado como la segunda moneda más devaluada del mundo detrás de la lira turca. En cuanto a la balanza comercial, Argentina tuvo este primer cuatrimestre del 2023 un déficit de 1.469 millones de dólares, como resultado de la caída del valor bruto de sus exportaciones y el encarecimiento de sus importaciones.
Semejantes diferencias no pueden ser explicadas por el contexto externo, que para ambos países fue exactamente el mismo. Sostengo que el ejercicio o el abandono de un concepto estratégico –la soberanía- terminó definiendo la política económica en ambos países.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que asumió en diciembre de 2018, ha conseguido mantener la deuda pública (interna y externa) de México dentro de límites razonables, de alrededor del 60% en relación al producto interno bruto del país. Tal vez este porcentaje no nos diga mucho, pero adquiere notable significado cuando lo comparamos con este otro dato: la deuda pública global alcanza al 98% de la producción mundial.
Manejar el endeudamiento con criterios nacionalistas es aún más meritorio si recordamos que se hizo en las terribles circunstancias derivadas de la pandemia. Ese buen manejo de la deuda permitió una política monetaria orientada a garantizar la estabilidad de precios y el crecimiento económico.
Así pudo el gobierno federal mexicano incrementar la inversión pública en soberanía alimentaria, fomentando la producción competitiva de alimentos en territorio nacional (particularmente maíz y frijol) con lo que se liberaron divisas que se utilizaban para comprarlos de otros países, al mismo tiempo que se evitaron mayores subidas de precios de esos productos en el mercado interno. Otra parte de la inversión pública se destinó a recuperar la soberanía energética, potenciando la compañía estatal “Petróleos Mexicanos” (PEMEX) y recuperando la mayoría accionaria en la “Comisión Federal de Electricidad” (CFE).
Las ganancias extraordinarias logradas con la exportación de petróleo cada vez más caro en el mercado mundial, están permitiendo sostener el subsidio estatal a los precios domésticos de las gasolinas. En el sector eléctrico, una mayor presencia estatal prolongará el subsidio de las tarifas que permite aliviar los gastos de los hogares en electricidad. Una cosa lleva a la otra, lo mismo en la vida que en la economía.
Esta misma regla se aplica al gobierno de Alberto Fernández en Argentina. El nuevo presidente asumió en diciembre de 2019 y casi de inmediato se le vino encima la crisis de la pandemia que se combinó con el funesto legado dejado por el gobierno neoliberal de Mauricio Macri. No hay que olvidar que el macrismo llevó al país a una primera crisis macroeconómica a mediados del 2018, derivada de la fuga de capitales y el endeudamiento externo insostenible.
“Lo primero es lo primero”. Fernández decide encarar en los términos convencionales el problema de la deuda externa, negociando con el Fondo Monetario Internacional los términos de pago y las condiciones de manejo de la economía argentina. Habiendo perdido soberanía, el presidente progresista tuvo que aparcar su programa de transformaciones sociales, a la espera de que la situación general del país mejore. Tal cosa no está ocurriendo.
Si nuestra premisa es que en la Economía mandan los resultados, no queda duda que la clave para que América Latina responda a la crisis global es preservar y fortalecer la Soberanía Nacional, depender de nosotros mismos, no de poderes externos. Los casos mexicano y argentino dejan importantes lecciones para el continente.