26/11/2024 (Ciudad de México). El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, anunció en un mensaje en sus redes sociales que, desde el primer día de su próximo mandato, aplicará aranceles de 25% a las importaciones provenientes de Canadá y México, que son asociados de Estados Unidos dentro del T-MEC.
También adelantó que impondrá un 10% adicional a las importaciones desde China. En este caso, viene a ser el capítulo segundo de una larga disputa comercial emprendida por el propio Trump en marzo de 2018, cuando en su primera presidencia impuso gravámenes por un total de 50.000 millones de dólares a los productos provenientes de la potencia asiática.
En ese momento acusó de “prácticas comerciales desleales” a Beijing, ya que -argumentó- las subvenciones del poderoso Estado chino tanto a las empresas privadas como a las públicas, constituían formas de inserción mercantil que los países de occidente no podían aplicar. Con tal fundamento activó una vieja “Ley de Comercio” estadounidense del año 1974 para justificar su imposición arancelaria. Lo paradójico era que la norma a la que el magnate republicano acudió, era de la época en que el ex presidente Richard Nixon acababa de visitar a Mao Tsé Tung en China, buscando convencerle de las bondades del “libre comercio”.
La “guerra comercial” del 2018 no logró sus objetivos de “propinar un golpe fulminante” (la frase la usó Trump al momento de firmar la orden ejecutiva) a la competencia china, que siguió robusteciéndose en el mercado mundial, ahora con el respaldo del Bloque BRICS.
Donald Trump vuelve a insistir con aplicar un modelo proteccionista de la industria estadounidense que, para evitar disputas en el seno de la Organización Mundial del Comercio (OMC), acude a pretextos no comerciales: 1) la supuesta falta de controles migratorios estrictos por parte de México, 2) el tráfico de precursores para la fabricación del fentanilo, una droga que causa estragos en Estados Unidos y de cuyo consumo culpa Trump a la supuesta permisividad de China.
En una extensa carta dirigida a Trump por la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, ha respondido la autoridad mexicana con abundante argumentación y datos, enfatizando que la posibilidad de una guerra arancelaria con Estados Unidos, sólo dañaría las economías de los dos países que son parte de un tratado común, sin resolver los problemas: “Presidente Trump, no es con amenazas ni con aranceles como se va a atender el fenómeno migratorio ni el consumo de drogas en Estados Unidos. Se requiere de cooperación y entendimiento recíproco a estos grandes desafíos”.
Respecto a la posibilidad de generar mayor presión arancelaria, la presidenta Sheinbaum argumenta en su nota: “A un arancel, vendrá otro en respuesta y así hasta que pongamos en riesgo empresas comunes. Sí comunes. Por ejemplo, de los principales exportadores de México a Estados Unidos son General Motors, Stellantis y Ford Motors Company, las cuales llegaron a México hace ochenta años. ¿Por qué ponerles un impuesto que las ponga en riesgo? No es aceptable y causaría a Estados Unidos y a México inflación y pérdida de empleo”.
El estilo trumpista ha sido siempre generar tensión bilateral para forzar negociaciones. Ya pasó algo similar en la primera parte del sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador; ahora toca a la presidenta Sheinbaum que en una rápida reacción diplomática internacional, acudió a la necesidad de encarar, sin presiones, el diálogo entre los dos países.