13/09/2024 (Ciudad de México). A un mes de realizarse las elecciones en los municipios de todo el país, se han presentado datos sobre el mejoramiento de la situación económica brasileña, con un crecimiento del 3% del Producto Interno Bruto (PIB), la disminución del desempleo y la inflación bajo control.

Son datos muy buenos para la gestión de gobierno, pero no alcanzan para situar en los primeros lugares a las fuerzas políticas gubernamentales, que van desde el Partido de los Trabajadores (PT) y el Partido Socialismo y Libertad (PSOL) por la izquierda, hasta los Republicanos, una organización política de los evangélicos y el Partido Progresista, que para así su nombre podría hacernos pensar otra cosa, apoyó a Jair Bolsonaro en el pasado reciente.

Es cierto que la imagen positiva del presidente Lula da Silva se mantiene estable, por encima del 50%, pero también su índice de desaprobación sigue estando apenas unos puntos por debajo de la mitad, en el contexto de un país muy polarizado que le toca gobernar. Para complicar aún más la situación, la influencia de la extrema derecha bolsonarista no ha disminuido, ni siquiera con el panorama de incendios en la Amazonía y humaredas que cubren gran parte de las ciudades. Como ya se denunció, no sólo que fue durante la presidencia de Bolsonaro (2019 – 2022), que ocurrieron las mayores depredaciones y deforestaciones, que han llevado al resecamiento de suelos agravando la sequía, sino que ahora, en varios Estados, activistas de ultraderecha fueron detenidos por realizar quemas sólo para afectar a la izquierda gobernante.

Es indudable que gobernar al gigante brasileño, con la actual correlación de fuerzas políticas, no es tarea fácil y obliga a Lula, para no perder espacios en el llamado “centrao” (el centro político en el que suele estar la mayoría de la población), a realizar continuas maniobras como fue tomar distancia del venezolano Nicolás Maduro, sin por ello terminar en el bando derechista, como le pasó al presidente chileno Gabriel Boric. Y ya que estamos hablando de presidentes, recordemos que Lula fue duramente atacado por el nicaragüense Daniel Ortega, quien le dijo “arrastrado del imperialismo”. El que fuera emblemático dirigente del sandinismo, hace muchos años que ha perdido autoridad política y ética para criticar a nadie, y menos dándoselas de revolucionario.

Volviendo a Brasil, a mediados de octubre estarán en disputa un total de 5.568 alcaldías, vicealcaldías y concejalías en todo el país. Siendo todas importantes, hay sin embargo una metrópoli en la que se ha convertido en estratégica la batalla electoral. Se trata de San Pablo, la ciudad más poblada de América Latina.

Los sectores conservadores paulistas se han dividido entre el actual alcalde de derecha moderada, Ricardo Nunes, y Pablo Marcal, un activista en redes sociales de 37 años que utiliza la provocación y la maledicencia para ganar notoriedad. Marcal está recibiendo el apoyo de la mayor parte de los bolsonaristas.

Se abre así la posibilidad de que gane Guilherme Boulos, un autodefinido “militante por la justicia social” de 41 años, que se fue convirtiendo en un referente de la izquierda y de los movimientos sociales brasileños cuando, durante la pandemia, dirigió protestas sociales contra las nefastas políticas de salud de Jair Bolsonaro, que convirtieron al Brasil en el segundo país con más muertes (casi 700.000 ) por Covid de todo el mundo.

El Partido Socialismo y Libertad (PSOL) es la organización política de Boulos, que además ayudó a organizar y es actualmente el máximo dirigente del Movimiento de Trabajadores y Trabajadoras sin Techo (MTST) del Brasil. Como parte de una nueva generación política, plantea que el socialismo sólo se puede construir con el pueblo organizado, concientizado y movilizado. En este sentido, Boulos se diferencia de las corrientes de la izquierda institucionalista que, así se llame a sí misma “progresista”, se mueve dentro de los márgenes del sistema capitalista.