25/03/2024 (Ciudad de México). El 24 de marzo de 1976 las calles de Buenos Aires y de las principales ciudades argentinas, amanecieron tomadas por tropas militares. Los generales Videla, Massera y Agosti, acababan de emitir por cadena radial, luego de escucharse una marcha militar, su Comunicado N° 1 que decía: “Se comunica a la población que, a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta Militar. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento a todas la disposiciones y directivas que emanen de autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones o actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones”.

No era un golpe de Estado más. Los mandos militares pretendían refundar Argentina, por lo que denominaron a su régimen como el “Proceso de Reconstrucción Nacional”. Uno de los periodistas más brillantes y comprometidos con las causas populares de esa época, que tuvo que vivir en la clandestinidad desde el día mismo del golpe, y que en esas circunstancias se enteró de la noticia de la muerte de su hija Victoria, resistiendo a los militares el 29 de septiembre de 1976, redactó una carta abierta a la Junta Militar. Rodolfo Walsh escribió: “Han restaurado ustedes la corriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo a los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina”.

Ese terror sistemático, metódico y eficiente, que tenía el objetivo de quebrar los cuerpos y las mentes, se llevó por delante al propio Walsh, que fue asesinado en vía pública al día siguiente de enviar la carta, un día como hoy pero de 1977. Su cuerpo nunca fue encontrado, siendo parte de esas 30.000 mujeres y hombres torturados, asesinados y desaparecidos, que dejó el genocidio ejecutado por las fuerzas armadas en Argentina. A esas cifras debe agregarse otras decenas de miles deexiliados. 

¿Para qué tanta violencia?

Intenta responder esta pregunta Paula Canelo, quien es directora del Programa de Estudios Políticos de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) de Argentina, e investigadora independiente en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONICET). Es una socióloga reconocida por sus estudios sobre la dictadura argentina, plasmados en dos libros de obligada referencia: “El proceso en su laberinto. La interna militar de Videla a Bignone” de 2008 y “La política secreta de la dictadura argentina (1976-1983)” de 2016. 

Canelo se leyó las 280 actas que registran todas las reuniones de la Junta Militar de julio de 1976 a noviembre de 1983, que fueron encontradas en el Edificio Cóndor de la Fuerza Aérea el 2013. A partir de ese material pudo concluir que los generales veían el proceso militar chileno de Augusto Pinochet como un modelo a seguir, con la diferencia de que Argentina era un país mucho más complejo que Chile, por la articulación entre lo que los uniformados llamaban el populismo peronista y la subversión armada. Por eso decidieron crear las condiciones para el funcionamiento de una feroz dictadura que implicaba “la legitimación de métodos excepcionales, por fuera de las reglas de la humanidad –como la implementación del terror de Estado o la construcción de centros clandestinos de detención y la comisión de crímenes aberrantes, para resolver una situación que también se consideraba excepcional y debía colocarse por encima de cualquier otra consideración ética o moral”.

Semejante régimen de terror estatal, afirma Canelo, terminó dejando una marca perdurable en la sociedad argentina, por los cambios culturales que introdujo. Canelo destaca tres: “la exacerbación del individualismo como medida del éxito o el fracaso, la derechización asumida como el sentido común de una época en que los proyectos revolucionarios no lograron vencer, y la creciente preferencia por la desigualdad social naturalizada como la forma en que las sociedades se desarrollan”.  

La dictadura argentina se asumía como parte de un esfuerzo regional de contrainsurgencia, por ello fortaleció el “Plan Cóndor”: una coordinación represiva entre agencias de inteligencia y seguridad de las dictaduras de Chile, Paraguay, Bolivia, Argentina, Uruguay y Brasil. 

“Los años setenta pueden ser calificados como una ‘década trágica’ que marcó a más de una generación en América del Sur, pero también fue el momento en que del dolor nació uno de los símbolos contemporáneos de la resistencia a la cultura individualista del ‘no te metas, qué te importa’ que inculcaba la dictadura, uno de esos símbolos de lucha solidaria de los pueblos contra las injusticias y el olvido: las Madres de Plaza de Mayo” subraya Canelo.