Juan Pablo Cárdenas
En Chile, con ocasión de las Fiestas Patrias muchos estuvieron a la expectativa de lo que aconteciera con el Tedeum ecuménico convocado por la Iglesia Católica con la presencia de las distintas iglesias que existen en el país, además de otras organizaciones laicas como lo es la Gran Logia de Chile.
En un país mayoritariamente creyente como el nuestro la política se obliga a reconocer la diversidad religiosa y considerar la enorme influencia que ejercen los fieles a la luz de la fe y las posiciones de las dignidades eclesiásticas. Algunos no saben a esta altura, o se olvidan de ello, el valioso papel cumplido por sacerdotes y pastores en la defensa y promoción de los Derechos Humanos; en la protección a cientos y miles de chilenos a quienes el régimen cívico militar violentó en su dignidad, en toda una tragedia que se materializó en miles de compatriotas asesinados, torturados, exiliados, encarcelados y detenidos desaparecidos. Al grado que hasta hoy se cuentan más de mil de los que aún no se conoce su paradero.
Muy loable que el gobierno de Gabriel Boric haya convocado al país a una nueva cruzada por encontrar los restos de quienes a esta altura se supone fueron ultimados dentro o fuera del territorio nacional. La idea, principalmente, es que las FFAA hagan el principal esfuerzo por esclarecer qué sucedió con todos estos presos políticos para que por fin sus familiares puedan sepultarlos dignamente. Aunque también es muy posible que los civiles que colaboraron con la Dictadura puedan hacer lo propio y abonar, así, a que la verdad cimente el camino de la justicia, la paz y la reconciliación por la que todos abogan.
Consecuente con los postulados humanistas de todas las iglesias y dignatarios causó satisfacción que el Arzobispo de Santiago haya ofrecido en esta liturgia republicana aportar al esclarecimiento de la verdad. Concretamente, con la posibilidad de recibir y guardar bajo secreto, si así se lo demandaran, toda la información necesaria respecto de quienes fueron hechos desaparecer ya sea en sepulcros clandestinos o en el fondo del mar: Tal como ocurriera con esas víctimas campesinas sepultadas en los hornos de Lonquén, o con quienes fueran lanzados vivos o muertos desde un helicóptero al mar, y que las mareas trajeron sus restos hasta las orillas del litoral.
En nada puede extrañarnos la explícita adhesión del Cardenal Celestino Aós a la tarea que se propone La Moneda en este sentido, aunque estamos ciertos que este propósito de la Iglesia no será del gusto de la derecha y de los sectores castrenses que piensan que la jerarquía católica debe abstenerse de toda voluntad de colaborar con las autoridades y el anhelo de muchos miles de chilenos que viven en la esperanza de saber lo acontecido con sus familiares y seres queridos.
Para ellos, aunque no lo reconozcan explícitamente, se debe dar vuelta la hoja respecto de lo acontecido durante 17 años de dictadura y, por supuesto, imponer la impunidad sobre los horrendos crímenes cometidos. Es más, es claro que quisieran que quienes fueron condenados por delitos de lesa humanidad, además, fueran amnistiados o se les permitiera completar sus condenas en sus propios domicilios. A pesar de que sus condiciones carcelarias están muy por encima de las de miles de presos comunes hacinados y sometidos a un trato denigrante.
Los gobernantes y partidos políticos comprueban es esta actitud eclesial que las iglesias chilenas pueden constituirse en verdaderos aliados de la verdad y la justicia. No solo en relación a los Derechos Humanos sino en sus denodados esfuerzos por promover las reformas económicas sociales que el país necesita para que en Chile exista mayor equidad, justos salarios y pensiones. Así como un acceso real a la salud y la educación.
Las pruebas son contundentes al respecto desde que se puso en marcha, por ejemplo, la Reforma Agraria y la recuperación de nuestra gran minería del cobre. Es indudable que nuestros distintos credos cristianos, judíos y musulmanes propiciaron estos cambios, así como instado siempre a sus feligreses a interesarse por la política y contribuir al bien común. Baste para ello recurrir a las cartas pastorales, homilías e, incluso, acciones de caridad implementadas por las distintas denominaciones religiosas. Así como su aporte a la educación en cientos de establecimientos a lo largo del país, a pesar de los repugnantes abusos cometidos por algunos de sus clérigos y docentes en desmedro de sus estudiantes.
Es lógico que en algunas materias como el derecho a la vida desde su misma concepción pueda chocar con los propósitos de aquellos gobernantes y políticos que piensan que el estado laico no debe avenirse con los preceptos morales de las iglesias. Pero si se asume que en las izquierdas lo principal debiera ser la justicia social y la erradicación de la pobreza, lo cierto es que vale la pena mantener buenas relaciones con una feligresía nacional que supera con creces en número y organización la convocatoria actual de los militantes políticos.
Y puede ser capaz, de aportar decididamente a la movilización social, sin la cual los cambios prometidos se harán agua en las negociaciones cupulares, provocando nuevas frustraciones en el pueblo. Alentando la desconfianza actual en la democracia, fenómeno que suele ser muy bien utilizado por oportunistas y caudillos que siempre proliferan en situaciones de incertezas ideológicas y demandas sociales frustradas.
El autor es periodista y docente universitario chileno