Gabón es un país situado en la costa Oeste de África Central, volcado hacia el Océano Atlántico, con un tamaño similar al de Ecuador y una población de 2 millones de habitantes. Tiene una economía que, en lo fundamental, depende de la minería, la exportación de petróleo y los recursos forestales. Gabón conforma junto con Angola y Congo, el triángulo de países con mayor presencia en el Golfo de Guinea, que a su vez es la región donde se concentran los mayores yacimientos del denominado “oro negro” en el continente africano. Una región en la que el capitalismo petrolero tiene gran interés por invertir ya que la otra región del mundo –el Golfo Pérsico- rica en reservas tiene gran inestabilidad política.
Con su expansión imperial desde el siglo 17, Francia fue conquistando territorios en África occidental, ejerciendo poderosa influencia, hasta que en 1839 los jefes tribales gaboneses firmaron un tratado mediante el que convirtieron sus tierras en un Protectorado de la potencia europea. En 1910 Gabón pasó a convertirse en parte del “África Ecuatorial Francesa” como colonia, se mantuvo así hasta luego de la segunda guerra mundial de la que Francia salió muy debilitada, y como parte de la ola descolonizadora africana Gabón se independizó en agosto de 1960. En 1961, se realizaron las primeras elecciones libres y salió electo León M’bá que teniendo un discurso soberanista también era muy pragmático en su relación con los franceses, al punto que varios intentos por derrocarlo fueron derrotados por el ejército galo. Por supuesto que a cambio de esta protección, las inversiones francesas en la explotación del uranio y del petróleo siempre fueron protegidas.
A la muerte de M’bá en 1967, asume el poder uno de sus ministros –Omar Bongo- que instaura un régimen de partido único con elecciones controladas. Nunca dejó el poder sino hasta que murió en 2009. Y el que le sucedió fue su hijo –Alí Bongo- que ganó unas elecciones muy cuestionadas el 2016, con numerosas detenciones de opositores, violaciones a los derechos humanos y represión a cargo de los militares. El régimen de la familia Bongo –con 56 años en el poder- se ha caracterizado como una autocracia barnizada de institucionalidad democrática, con un sistema de corrupción que incluye a los mandos militares. Los Bongo siempre se llevaron muy bien con Francia, al punto de ser caracterizados como “francófilos”.
Sin embargo, el pacto con las fuerzas armadas se rompió el 2019, cuando jóvenes oficiales dieron un golpe de Estado que no prosperó. El pasado domingo, Alí Bongo resultó nuevamente reelecto en un proceso electoral con escasa legitimidad y muchas denuncias. A las pocas horas los militares le dieron la espalda, procediendo a anular las elecciones. El golpe de Estado se consumó con la creación de una Junta Militar de Transición y la disolución del Gobierno, la Asamblea Nacional y el Tribunal Constitucional. Inmediatamente fueron detenidos el mandatario y sus allegados.
Varios son los factores que llevaron a este resultado: el debilitamiento de la Unión Europea que no le permite cumplir el rol de gendarme en África; el desinterés de los Estados Unidos por intervenir directamente en un continente en que tuvo una pésima experiencia hace años en Somalía; la creciente influencia de China y sus inversiones en la zona; el efecto de ola expansiva de los otros golpes militares en Níger, Malí, Chad y Burkina Faso.
Menciono acá otro factor. Aunque Gabón es muy rico en reservas petroleras, su explotación apenas le rinde un 10% de participación estatal, según el Código del Petróleo aprobado el 2019 por el mandatario derrocado. Y es la misma situación con la explotación del uranio. La ganancia neta se la llevan las transnacionales francesas, neerlandesas y estadounidenses. Considerando que las ventas de petróleo representan la mitad de los ingresos de este país, era lógico que un renovado nacionalismo africano encuentre caldo de cultivo en Libreville (“pueblo libre”) que es el nombre de la capital gabonesa. Era lógico que ese nacionalismo militar termine confrontándose con la vieja Europa.