Hace seis meses las elecciones en este país de América Central parecían destinadas a repetir el estigma de los comicios presidenciales del año 2019, cuando entre los partidos tradicionales se repartieron el poder sin que nada relevante cambiara, aparte de algunos apellidos en el poder ejecutivo, donde el cuestionado Jimmy Morales pasó la posta presidencial al también polémico Alejandro Giammattei.

Hace seis meses la persecución contra una persona que siempre promovió el periodismo de investigación y que tomó posiciones críticas ante los gobiernos de Morales y Giammattei, fundador de El Periódico que era uno de los medios escritos más respetados de ese país, José Rubén Zamora Marroquín, culminó con su procesamiento y sentencia a seis años de cárcel, en abierto desconocimiento a la libertad de expresión y el libre ejercicio periodístico, buscando sentar un precedente de escarmiento para todos quienes se atrevan a denunciar las tropelías de los gobernantes.

Hace seis meses la candidatura de una parte importante del movimiento indígena, la de la dirigente Thelma Cabrera junto al ex procurador de Derechos Humanos Jordán Rodas, fue anulada en su pretensión de postularse en estas elecciones. Al no permitírsele participar, todo parecía indicar que el movimiento popular guatemalteco debería esperar otros cuatro años para intentar disputar el mando de la nación.

El pueblo ya había sufrido una decepción el 2019, cuando la persona que se había presentado como la esperanza renovadora, Sandra Tórres, muy conocida por haber sido la esposa del ex presidente progresista Álvaro Colom y que a su muerte dijo que continuaría con su legado, comenzó a deslizarse por la pendiente resbalosa del pragmatismo, logrando acuerdos con sectores cada vez más conservadores e incluso pactando con quienes participaban de la corrupción. Se convirtió de esa forma en el rostro femenino del mismo statu quo que alguna vez denunció.

Pero fue en las últimas semanas antes de la primera vuelta electoral en el mes de junio, que emergieron las figuras de Bernardo Arévalo y Karin Herrera, el binomio del progresista Movimiento Semilla, que con un planteamiento de lucha frontal contra la corrupción y la promesa de hacer un cambio con justicia social en Guatemala, recuperando el estado de derecho que se ha degradado durante los últimos diez años. Semilla fue la gran sorpresa de la primera vuelta electoral, logrando una inesperada votación sin figurar entre las primeras tres opciones en ninguna encuesta. Su caudal de votos fue resultado de haber captado el voto de protesta de buena parte de la población, alcanzando una representación legislativa de 23 diputaciones en el nuevo Congreso y pasando al balotaje. Llamó mucho la atención su innovadora campaña electoral basada en mensajes de alto nivel creativo en redes sociales, lo que le permitió ganar el voto de los más jóvenes.

En el balotaje de este domingo 20 de agosto se confrontarán dos proyectos de país: el que ya comenté de Arévalo y el Movimiento Semilla, que ha logrado congregar a sectores plebeyos cada vez más plurales y diversos de Guatemala; y el de Sandra Tórres y el Frente UNE, al que apoya el actual oficialismo, los partidos de derecha que perdieron en la primera vuelta, militares, evangélicos y conservadores. Arévalo que proviene de un sector social tradicional, que por razones de exilio de sus padres nació en Montevideo, se ha convertido en el representante de los intereses del pueblo; Tórres que nació rodeada de privilegios y que fue repudiada por su entorno social cuando, en el gobierno de Álvaro Colom, se volvió la abanderada de los programas sociales, hoy se ha reconvertido en la expresión del conservadurismo más recalcitrante.

Es una disputa electoral con final abierto. Pero una cosa está clara: la esperanza guatemalteca sigue viva.