Cuando parecía, por la seguidilla de visitas de altos dignatarios estadounidenses a Beijing, que estábamos a las puertas de un descongelamiento y posterior acercamiento entre las dos potencias económicas del siglo veintiuno, las cosas retrocedieron en cuestión de dos días.

La Casa Blanca acaba de imponer nuevas restricciones al acceso de China a tecnología e insumos críticos para la fabricación de semiconductores, suspendiendo además las subvenciones –vale decir, sancionando- a las firmas estadounidenses de alta tecnología que invierten y producen chips avanzados en territorio chino. Con estas nuevas medidas, que se suman a las que se tomaron en la época del gobierno de Donald Trump con las consiguientes represalias del país asiático, lo que se busca es paralizar las cadenas internacionales de suministros hacia la industria tecnológica china, de forma tal que también este importante rubro caiga en su desempeño económico, sumando más problemas por resolver al gobierno de Xi Jinping.

Ya el flujo comercial externo de China ha tenido en el segundo trimestre de 2023 su mayor caída desde fines del 2019, cuando inició la pandemia. Al mes de julio, las exportaciones disminuyeron en un 14,5% en el período interanual, mientras que las importaciones se contrajeron en un 12,4%. Estos datos confirman que la economía china parece haber ingresado en una fase de desaceleración, como resultado de una caída en la demanda interna y externa, pero también por los problemas de iliquidez que arrastra su sector inmobiliario (el sector de las construcciones) que era el otro pilar que por mucho tiempo jaló hacia arriba al resto de la economía, y que hoy la sigue jalando pero hacia abajo.

Mientras ganaba tiempo a través de la diplomacia, Washington estuvo esperando a medio año para saber qué pasaba con su propia economía, la europea y la china. Y lo que se puede concluir por los datos, a grandes rasgos, es que Estados Unidos aprovecha como ningún otro la coyuntura abierta con la guerra en Ucrania, que al incrementar exponencialmente la demanda bélica beneficia al complejo industrial militar norteamericano, que está hoy trabajando a todo ritmo. Así también su industria petrolera y gasífera ha pasado a ocupar el lugar de principal abastecedor del mercado energético europeo, luego de la voladura de los gasoductos Nord Stream en el Mar Báltico en septiembre de 2022, que cortó definitivamente el flujo de gas ruso.

Mientras tanto, Europa ha caído en la recesión económica, precisamente por el encarecimiento de los energéticos y por la inflación de alimentos. Hoy el Banco Central Europeo realiza desesperados esfuerzos por contener la espiral inflacionaria, con la subida de tasas de interés, aunque eso signifique un incremento del desempleo. La Unión Europea ya es, oficialmente, una potencia de segunda.

Washington se siente fuerte y hace su movida económica, que rápidamente desde Beijing la han calificado como un hostil intento de desacoplamiento, vale decir, de disminución del intercambio comercial entre ambas potencias.

Con todo y lo sagaz que es la estrategia estadounidense, sus efectos siempre serán relativos, ya que hay otra parte enorme del planeta (los BRICS, América Latina) que cada vez más obedece a sus propias lógicas.