Domesticado desde hace más de 12 mil años, el maíz ha formado parte fundamental de las culturas mesoamericanas, tanto en su alimentación como, más importante, en su cosmovisión. Mitos, tradiciones y prácticas milenarias se fundan en esta planta que nos otorga uno de los granos más valiosos en el mundo, y el de mayor producción, con un total registrado de 1 millón 155 mil millones de toneladas; en segundo y tercer lugar se encuentran el trigo y el arroz, con 781 y 503 millones, respectivamente, según último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés).

Su posición a nivel mundial no es fortuita y se puede rastrear siglos atrás. En México, su cultivo comenzó mediante innovadoras técnicas que seguían un proceso de selección para conservar las semillas de las mazorcas más deseables y así sembrarlas en la siguiente estación. Esta forma tradicional, vigente hasta nuestros días, se ha visto amenazada por el desarrollo de nuevas tecnologías que, a simple vista, parecen mejorar el rendimiento de las cosechas, pero que ponen en riesgo la biodiversidad, el ecosistema y la salud de las personas debido a las prácticas alrededor de esta nueva forma de cultivo.


El origen de los alimentos transgénicos en México

Durante la década de los 70, en los laboratorios de Estados Unidos, se comenzó a desarrollar una disciplina que hoy conocemos como ingeniería genética. Consiste en insertar artificialmente propiedades deseables de una especie en otra a través de manipular sus genes. Con esta técnica es posible combinar características genéticas y, por ejemplo, hacer plantas resistentes a los virus gracias a otras que ya lo son de manera natural. Con esta revolucionaría práctica, la producción industrial de alimentos aumentó de manera masiva hasta los niveles actuales.

Aunado a esta práctica, las explotaciones de grandes superficies de cultivo comenzaron a utilizar herbicidas para frenar el proceso natural de polinización de hierbas silvestres. El desarrollo de la  biotecnología a través de transnacionales  como la estadounidense Monsanto, dedicada a la creación de herbicidas, insecticidas y posteriormente a la ingeniería genética, dio como resultado el glifosato, compuesto químico que elimina las hierbas no deseadas e inofensivo para los cultivos modificados genéticamente para resistir específicamente a este químico. Durante años tanto el herbicida como las semillas transgénicas fueron patentes exclusivas de Monsanto.

Tras dos décadas de investigación y desarrollo, a mediados de los años 90, comenzaron a comercializarse los primeros alimentos transgénicos. En esa misma década, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), firmado en 1992 por el gobierno neoliberal del presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari con Estados Unidos y Canadá, permitió a la industria agrícola del otro lado del Río Bravo colocar sus primeros productos transgénicos en nuestro país.

La polémica por los riesgos a la salud

Durante las últimas tres décadas, las principales empresas beneficiadas por la ingeniería genética han negado cualquier daño a la salud animal o humana de sus productos pese a las evidencias comprobadas, y sólo en algunos casos han retirado sus productos del mercado.

Por ejemplo, en Alemania, uno de los primeros maíces transgénicos comercializados, el conocido como Bt176, fue señalado como tóxico a largo plazo al ser consumidos por animales de granja. La empresa responsable, Novartis (ahora de nombre Syngenta), pagó grandes indemnizaciones, pero nunca admitió responsabilidad alguna por la muerte de los animales alimentados con su maíz. El maíz fue retirado del mercado Europeo en 2005.

Otro caso controversial es el del maíz MON810, desarrollado por Monsanto. En 2012, Polonia prohibió su cultivo ya que se identificaron efectos nocivos en las abejas que polinizan estas plantas. Monsanto negó la relación, pero otros países como Bélgica, Gran Bretaña, Bulgaria, Francia, Alemania, Irlanda y Eslovaquia se sumaron a la prohibición de este transgénico.

Más cercano a México, un estudio realizado por la Universidad de Cornell y publicado en la revista científica Nature demostró que las larvas de mariposas monarca, alimentadas con polen de variedades de maíz Bt, sufrían altos niveles de mortalidad comparadas con otras que lo hacían con la variedad nativa. Institutos y agencias gubernamentales estadounidenses realizaron nuevas investigaciones concluyeron que el maíz Bt presenta “un riesgo mínimo”  para la mariposa monarca.

Aunadas a las consecuencias propias del consumo de maíz transgénico, múltiples organizaciones ambientalistas señalan, no obstante, al glifosato como el mayor peligro para la salud en este tipo de cultivos. Tras décadas de su uso y batallas legales emprendidas por ambientalistas, referentes en medicina y gobiernos de todo el mundo,  en Marzo de 2015 la Organización Mundial de la Salud (OMS) etiquetó al glifosato como “probablemente cancerígeno” para los seres humanos.

Un alto a la voracidad neoliberal

A dos años de iniciar su administración, el Presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador dio el primer paso de una larga batalla contra los intereses corporativos de las empresas transnacionales dedicadas al comercio del maíz transgénico. El 31 de Diciembre de 2020 el mandatario emitió un decreto en el cual se instruía a todo su gobierno a “sustituir gradualmente el uso, adquisición, distribución, promoción e importación de la sustancia química denominada glifosato y de los agroquímicos utilizados en nuestro país que lo contienen como ingrediente activo, por alternativas sostenibles y culturalmente adecuadas, que permitan mantener la producción y resulten seguras para la salud humana, la diversidad biocultural del país y el ambiente”. A la par, en este mismo decreto se instruía a las autoridades en materia de bioseguridad a que revoquen y se abstengan de “otorgar autorizaciones para el uso de grano de maíz genéticamente modificado en la alimentación de las mexicanas y los mexicanos”, dentro de un periodo de transición de tres años.

La reacción de la agroindustria estadounidense no se hizo esperar, y a través enormes presupuestos dedicados a numerosas campañas publicitarias, llenaron los medios de comunicación con alarmantes informaciones sobre las afectaciones económicas que supondría esta medida y el impacto en los consumidores. Dado que el decreto presidencial no hacía distinción entre las variantes amarilla y blanca del maíz, el mandatario mexicano salió a la palestra a aclarar la situación. La reducción paulatina de maíz transgénico incluiría únicamente al blanco, ya que es éste el que se destina para el consumo humano. El amarillo, destinado al forraje, tendría aún vía libre para la importación. Tras meses de negociaciones, las agroindustrias de Estados Unidos y México llegaron a un acuerdo con el gobierno federal para prolongar hasta enero de 2025 los cambios. Paralelamente, el gobierno mexicano  ha reforzado la producción nacional con miras a sustituir estas importaciones.

El maíz mexicano, al centro del consumo

Al día de hoy, el país tiene autosuficiencia de maíz blanco, sin embargo, depende de Estdos Unidos para la demanda de la variante amarilla. Tan sólo el año pasado se importaron 17 millones de toneladas de este maíz destinadas al forraje, es decir, para la alimentación de animales de ganado. Frente a esta  situación, el gobierno de México lanzó un nuevo decreto el pasado 13 de Febrero en el cual se hacen las precisiones necesarias para distinguir los tipos de maíz y deja sin fecha límite al periodo de transición. Sin embargo, y pese a las presiones desde Estados Unidos, adelanta a fecha límite de la eliminación del glifosato para el 31 de Marzo de 2024.

Nuevamente, Washington invocó a acuerdos internacionales, esta vez  al Artículo 9.6, apartado 5b, del ahora Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC​), en el cual se lee “Cada Parte se asegurará de que sus medidas sanitarias y fitosanitarias: […] b) se basen en principios científicos relevantes, teniendo en cuenta factores relevantes incluidas, de ser apropiado, las diferentes condiciones geográficas”. Así, la Casa Blanca decidió ponerse del lado de sus empresas agroquímicas y no reconociendo la soberanía, en materia alimentaria, a la que el gobierno de México invoca. El vecino del norte se niega a reconocer los efectos nocivos que sobre la salud de las personas y el medio ambiente tienen los cultivos transgénicos y la implementación de químicos como el glifosato.

En este tenor, el Presidente de México ha declarado que “si se tiene que decidir entre la salud y el mercantilismo, elegimos la salud”. Dando un paso más, y con miras a garantizar que el maíz transgénico no llegue al consumo humano, López Obrador anunció que firmará un decreto para evitar su uso en tortillerías.

La medida es un paso más en la batalla por la defensa de la soberanía nacional, y una herramienta que busca mejorar las condiciones para competir de pequeños productores. Y es que recientes investigaciones realizadas  por el Health Research Institute señalan que la harina del Grupo Industrial Maseca, el gigante en el sector con penetración del 70% en todo el territorio mexicano, utiliza maíz blanco transgénico, con presencia de glifosato.

Mientras esta ventana de oportunidad se abre, la apuesta inicial es garantizar un alimento sano y de calidad en los principales puntos de venta y consumo de maíz en el país.