Del México de caciques, campesinos y promesas de desarrollo
Con más de noventa años, Melitón Suárez vivió la época dorada del Partido Revolucionario Institucional. Oriundo de un pueblo ubicado al norte del Estado de México, en el municipio de Cuautitlán Izcalli, Melitón confiaba ciegamente en el partido hegemónico que durante 70 años gobernó de manera ininterrumpida el país, y hasta este 2023 su estado.
Sin saberlo, él participaba en una maquinaria institucional que lo gratificaba por su participación en cada elección. Su tarea era sencilla: reunir al mayor número de personas y acarrearlas a las casillas de votación, ya que en esa época no había transporte público que pudiera llevarlos hasta allá. Era lo que hoy se conoce como un “mapache electoral” (coordinador que de manera ilegal trabaja para favorecer a un candidato o partido), pero él no estaba familiarizado con el término. Campesino, como la gran mayoría de sus paisanos, su actuar era de buena fé. Consideraba que cumplía con un deber social: ayudar a otros como él a ejercer uno de los pocos derechos que, al menos por un día, no les era negados a ellos, los parias de un México profundamente desigual y autoritario.
Pese a estas motivaciones y anhelos, Meliton no es que tuviera una profunda convicción democrática. Para él, como para muchos, las elecciones eran una transacción, un negocio. A cambio de los votos a su pueblo llegó primero el suministro de agua, después la red eléctrica y más tarde zanjas para el desecho de residuos (zanjas, pues el ayuntamiento nunca tuvo la voluntad política necesaria para dotarlos de drenaje). Así era el orden establecido. Así fue siempre y casi nadie cuestionaba que pudiera ser otro. De esta manera año tras año, generación tras generación, fue conformándose y se arraigó el “priismo”, una ideología que evolucionó del cacicazgo al partido vertical e instrumento de control social, y que a base de compadreos, alianzas, negociaciones “en los oscurito” y mucha represión trascendió la esfera política para convertirse en un modo de entender la vida y funcionar en lo económico y social.
La última voluntad de Meliton fue ser enterrado con su chamarra del PRI, gesto que sus hijos respetaron al pie de la letra pese a no compartir el amor de su padre hacia el partido tricolor. Unos años antes, en el 2000, el patriarca había sido testigo de cómo un gerente de Coca Cola había llegado a la presidencia del país aupado con otras siglas, las del conservador Partido Acción Nacional. Vicente Fox puso fin a 70 años de gobiernos del PRI y con su gobierno México conoció lo que era la “alternancia”, al menos formalmente. Sin embargo EDOMEX, con casi 13 millones de votantes en el padrón electoral, continuó siendo la joya de la corona para el PRI, un bastión del que salieron varios de sus presidentes a lo largo de la historia y en el que parecía había encontrado su fortaleza para no sucumbir ante los vientos del cambio en los que el país parecía había entrado.
De la fidelidad a la militancia activa
Así como Melitón, miles de mexiquenses se entregaron al PRI con plena convicción, ya fuera porque vieron en la formación un medio para desarrollar sus actividades o porque pertenecer a él era ya una tradición familiar. “Me metí [al partido], pues siempre mi familia fue priista. Mi papá priista. En las elecciones, cuando se iba la luz en la calle llegaban a mi casa a contar los votos ahí adentro, y pues era cuando yo me empezaba a emocionar por lo de las votaciones, todo eso. Pero ya después me metí al PRI más o menos como en el 97; por ahí”, dice en entrevista Carolina Pacheco, de 64 años, militante priista y servidora pública en distintas ocasiones a nivel municipal. Su militancia no se explica sólo por el legado familiar. Fue el partido quien la buscó al notar su liderazgo entre los habitantes de su colonia y, como se dice en jerga política, su “capital social”. Este 2023, muchos de esos vecinos cambiaron su voto en las últimas elecciones estatales celebradas para mostrar su hartazgo en diferentes frentes, pero sobre todo, ante los numerosos escándalos de corrupción en los que la dirigencia priísta ha estado envuelta desde hace años.
“Hay muchos priistas muy corruptos. Sería malo de mi parte negarlo, porque sí hay muchos priistas muy corruptos”. En 94 años y con veintitrés gobernadores emanados del PRI, los habitantes de los 125 municipios del Estado de México sufren algunos de los niveles de pobreza e inseguridad más altos del país
De la corrupción a la inseguridad
Con casi 17 millones de habitantes, el Estado de México enfrenta grandes retos en todas las áreas, siendo la seguridad y las oportunidades de desarrollo económico los prioritarios para los mexiquenses.
Durante 2022 Edomex fue el estado con mayor número de feminicidios del país, con 140 casos registrados de acuerdo a las cifras oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESN). La tendencia se mantuvo durante el primer trimestre de 2023 con 25 casos registrados; cinco más que Oaxaca, el segundo estado en este índice, y nueve más comparado con la Ciudad de México, la cual se encuentra en quinto lugar en esta lista.
En cuanto al robo a vehículos y a transeúntes en vía pública y en transporte público, la entidad se mantiene en segundo lugar a nivel nacional, posición que ha ocupado durante los últimos años. Estos índices delictivos se vinculan con el incremento de la presencia de organizaciones criminales en la entidad, grupos que se disputan territorios y financian sus actividades, entre otros medios, a través del “cobro o derecho de piso” a la población. En este delito, en 2022 el Estado de México reporta el primer lugar por cada cien mil habitantes, con 4 mil 153, un incremento del 25% respecto a 2021.
Vivir y transitar en el Estado de México no es sencillo ni seguro en la percepción de sus habitantes. De acuerdo a la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana, durante el primer trimestre de 2023, en cinco de sus municipios más del 80% de la población mayor de edad dice sentirse inseguro al interior de su municipio, siendo Naucalpan el primer lugar en la entidad con un 88% y el tercero a nivel nacional. El segundo y tercer lugar dentro de la entidad lo ocupan Toluca y Cuautitlán Izcalli, con 85% y 82.9%, respectivamente.
Esta crisis de inseguridad tiene sus raíces, en gran parte, en la tremenda desigualdad y marginación social presente, de manera estructural, en el Estado de México. 48.9% de los mexiquenses vive en situación de pobreza y 8.2% en pobreza extrema. De los 32 estados del país, el Edomex ocupa la novena posición con el mayor incremento de población en pobreza extrema: subió 78.9% entre 2018 y 2020, según el último informe del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). De sus 125 municipios, en 99 más de la mitad de la gente es pobre. En la entidad viven 1.5 millones de niñas y niños menores de seis años. De estos, 64% vive en situación de pobreza y 14% sufre desnutrición crónica. Todo ello en la segunda economía más importante del país, con un aporte del 9.3% al Producto Interno Bruto nacional.
Los retos son muchos para la morenista Delfina Gómez, nueva gobernadora que puso fin a casi un siglo del PRI en el Estado de México. Para enfrentarlos ya anunció una serie de programas de diversa índole que espera detonen un desarrollo económico y social tan necesario. Por lo pronto el cambio ya llegó a lo político. Ahora los mexiquenses esperan continúe en el resto de frentes abiertos.