Los glaciares son masas que contienen reservorios de agua dulce congelada que permanecen en las cumbres de las montañas; tienen tanta importancia porque son fuente de generación de agua dulce en la Tierra.
El calentamiento global antropogénico muestra una de sus devastadoras consecuencias en la pérdida de esas cumbres gélidas de algunas cordilleras. Pasan los años, los vemos desaparecer y hasta nos resignamos o normalizamos tal situación, haciéndonos a la idea de que es algo indetenible o peor, o irreversible y hasta ineluctable.
Lo estamos viendo en la cordillera del Himalaya en Asia, la de los Alpes en Europa y la de los Andes en América. Está ocurriendo también en México, donde pudimos constatar la desaparición hace dos años del glaciar Ayoloco, que quedaba a 4.700 metros de altura, cerca de la cima del volcán Iztaccíhuatl, visible desde el valle donde queda la ciudad de México.
En Sudamérica, esos glaciares andinos crearon hace millones de años un lago interior a enorme altitud (queda a 3800 metros sobre el nivel del mar) porque esa enorme masa de agua se formó por las placas tectónicas que en su choque subieron cada vez más el nivel de la montañas y las planicies. Cuando los seres humanos comenzaron a poblar las tierras alrededor de ese lago, forjaron sociedades ancestrales que desarrollaron naciones originarias (la Quechua y la Aymara) con cultura y Estado propios, como fue el Estado Incaico. Hoy, los quechuas y los aymaras siguen teniendo importante peso demográfico en Perú y sobretodo en Bolivia.
Cuenta la leyenda que la civilización quechua que forjó aquél Imperio Incaico, nació en la isla del Sol, ubicada en el centro del lago ya conocido como “Titicaca” (nombre originario que significa “gato salvaje de pelo gris” en referencia al Puma andino). Desde esa génesis el Lago Titicaca tiene una connotación sagrada para las culturas indígenas.
Hoy, este lago sagrado que comparten Bolivia y Perú, que es también el lago navegable más alto del mundo y que por su tamaño está en el puesto 24 a nivel mundial, está comenzando a morir. Se resecan sus afluentes naturales, que se nutrían del derretimiento natural que el propio ciclo del agua reponía a través de las lluvias –y que actualmente ya no puede reponer porque el calentamiento global ocasiona también prolongadas sequías. Así se explica que el nivel de sus aguas ha bajado en el último quinquenio hasta mínimos históricos. La situación es tan crítica que está en riesgo la sobrevivencia de la flora y fauna acuática y terrestre, así como de las ciudades tanto peruanas como bolivianas de la región. Es una catástrofe ecológica.
¿Algo se puede hacer? Sí, por supuesto que sí y es que las poblaciones afectadas por la emergencia ambiental –que será cada vez más gente contándose por cientos de millones, no sólo en Sudamérica sino en todo el mundo- presionen junto a sus gobiernos para que la agenda ambiental sea prioritaria y se retomen los acuerdos internacionales ya debatidos y que las potencias más contaminantes –Estados Unidos y China- siguen retrasando. La crisis climática ya está presionando a unirse a muchos gobiernos de países afectados por los enormes incendios forestales -como Canadá o los países de la Europa mediterránea- por la escasez de agua potable –como Uruguay o Chile recientemente- por la deforestación de las áreas tropicales –como la Amazonía sudamericana, las selvas del centro de África o en Indonesia. Recientemente se ha fundado un “Bloque de países americanos, africanos y asiáticos en defensa de las selvas”. Éste es el camino, al que se puede agregar un bloque de países en los que el estrés hídrico (escasez de agua) se está agravando por la pérdida de ríos, lagunas y lagos.