“En Estados Unidos, lo imposible es lo que mejor sabemos hacer” decía un exultante Donald Trump en su discurso de investidura en el Capitolio. Quería construir una metáfora sobre lo que hace cuatro años parecía imposible: su regreso al gobierno. Y a propósito de lo que aparentaba no ser posible, Trump se ha convertido hoy en el primer mandatario convicto de delitos graves en la historia estadounidense.

En vísperas de su juramentación, el magnate neoyorquino dirigió ayer un masivo acto político en el “Capital One Arena” de Washington. Allí prometió acabar con la migración ilegal y ratificó que realizará la mayor deportación de los que calificó como “intrusos criminales” que lograron llegar a territorio de Estados Unidos, puso énfasis en que aplicará un proteccionismo comercial cobrando mayores aranceles a otros países para robustecer la economía estadounidense, anunció que bajará los costos de la energía favoreciendo por completo a la industria petrolera y a la industria automotriz a expensas del medio ambiente (“se acaba el Green New Deal” exclamó), se mostró proclive a evitar una tercera guerra mundial y ratificó que no hará concesiones a quienes confunden lo que está dado por la esencia natural y diferenciada de mujeres y hombres.  

Hoy, en el acto que terminó realizándose en el “Salón Redondo” del Capitolio, debido a las gélidas temperaturas exteriores que impidieron se efectúe en las gradas del Congreso, Trump ha ratificado estos lineamientos iniciales -que el pretende sean fundacionales- de su gobierno.

Buena parte de su batería de medidas estuvo dirigida a México: la declaratoria de emergencia de seguridad en la frontera sur, la reactivación del programa “Quédate en México” que aplicó en su primer gobierno, la calificación como organizaciones terroristas extranjeras de los cárteles de narcotraficantes, abriendo así la posibilidad de acciones extraterritoriales utilizando la fuerza militar estadounidense, el anuncio, aún general y difuso, de subida de aranceles comerciales, la designación del Golfo de México como “Golfo de América”. 

Este inusitado interés de Trump por México, en realidad expresa la preocupación del orden burgués estadounidense establecido, que comparte una larga frontera con un enorme país, en el que vive la mayor población de habla hispana del mundo, y en el que se ha instalado un proyecto gubernamental soberanista, que proclama la justicia social, que aprueba reformas democráticas de gran calado, como la elección por voto de jueces y magistrados, y que tiene un protagonismo popular favorable en las urnas a la izquierda mexicana. Esta arremetida de la Casa Blanca no es únicamente migratoria, arancelaria o motivada por la seguridad; busca desgastar el proceso de transformaciones y al gobierno que lo dirige, desestabilizando la economía y llevando al límite de las tensiones la relación bilateral.  

Con el anuncio de “recuperar el Canal de Panamá”, afirmando que fue construido con dinero y conocimientos técnicos norteamericanos, Trump redondeó la parte de su primer mensaje que estuvo claramente dirigido a afirmar que la hegemonía hemisférica de Estados Unidos se reforzará, como un requisito para seguir luchando por la hegemonía planetaria. 

Sus mensajes fueron más cautos sobre el eje euroasiático conformado por Rusia y China, que ha terminado fortalecido por el curso ya inmodificable de derrota de la OTAN en la guerra de Ucrania -una “guerra en la que no debimos participar” según ha dicho el magnate neoyorquino- y el fracaso de las sanciones económicas del Grupo de los Siete (G-7) países capitalistas dirigidos por Estados Unidos.

Sus rotundos mensajes contra la “ideología de género” y contra los derechos de la diversidad sexual, terminaron confirmando lo que en la campaña electoral estadounidense se advirtió: Trump expresa una ideología neofascista.

Este perfil político también se confirma por los invitados. Estuvieron presentes ensu investidura los presidentes de Argentina, Javier Milei, de Ecuador, Daniel Noboa, de El Salvador, Nayib Bukele, de República Dominicana, Luis Abinader y de Paraguay, Santiago Peña. También estuvo en el Capitolio el ex candidato presidencial de la oposición de derecha venezolana, Edmundo Gonzáles Urrutia. De Europa, Giorgia Meloni, la primera ministra de Italia que se formó políticamente en base a las ideas de Mussolini, fue la única invitada. 

También se hicieron ver los ultrarricos que son parte de la nueva “oligarquía tecnológica” aliada del trumpismo: Elon Musk, Jeff Bezos, Marc Zuckerberg y Sundar Pichai.