Por Mario Bravo

07/01/2025 (Ciudad de México). Desde 1811 y hasta 1821, la cabeza de Miguel Hidalgo y Costilla fue exhibida dentro de una jaula en el exterior de la Alhóndiga de Granaditas, ubicada en Guanajuato. Los intereses coloniales defendidos en el virreinato de la Nueva España asumieron que, al mostrar los restos mortuorios del insubordinado cura, con tal acción impartirían una lección primordial a los sublevados: si te rebelas, correrás la misma suerte que Hidalgo y los suyos.

Dicha pedagogía del poder monárquico no se desactivó con el nacimiento del México independiente, sino que, durante dos siglos, ha sido actualizada en su tarea de emitir un mensaje dirigido hacia los subalternos en pasividad: los “malos” siempre reciben su castigo, no los escuches, no te acerques a ellos ni a ellas. Olvídalos. En el siglo xix, tal maquinaria de producción de imaginarios inferiorizadores del sujeto en resistencia fue puesta en marcha contra los indígenas mayas en Yucatán; en la siguiente centuria, la figura de Emiliano Zapata se dibujó en cartones políticos como carnicero desollando a sus rivales y también siendo demonizado a la manera de un caníbal devorando las extremidades de sus adversarios. A comienzos del siglo XXI al atenquense Ignacio del Valle se le satanizó mediáticamente de modos intensísimos, tanto así que pareció casi normal la condena asignada al incómodo campesino: más de 100 años de prisión en una cárcel de máxima seguridad.

En reciente charla con el historiador Mario Rufer, él reflexionó sobre este dispositivo colonial y conquistual que pareciera tan vivo, tan vigente en nuestros días: “Existen formas de repetición diferida o iteraciones de fórmulas específicas de despojo sobre ciertos cuerpos racializados, no blancos, cuerpos de mujer o feminizados. Eso actúa sobre un lugar preciso en el cual no rige el derecho, la ley ni tampoco lo que hemos aprehendido como república. En comunidades indígenas donde existen recursos naturales como el litio o el gas, los Estados nación posibilitan que el derecho sea dúctil, y se pase por encima de esas tierras y sobre los derechos adquiridos”. Escuchando al profesor de la UAM-Xochimilco, comprendo con mayor claridad lo que sucede en un caso socialmente poco discutido como el de Kenia Hernández.

Esta mujer amuzga de 35 años de edad, originaria de Guerrero, ha permanecido cuatro años encarcelada a causa de un par de delitos imputados en su contra en el marco de una jornada de protesta social en la cual participó. En octubre de 2020, Kenia Hernández fue apresada al acusársele de robo con violencia armada y, en el ámbito federal, ataques a las vías de comunicación en pandilla, esto en términos jurídicos; aunque en sí, la defensora de derechos humanos fue parte de una acción colectiva, en la cual se permitió el libre tránsito de automovilistas, es decir, momentáneamente liberó casetas ─junto a otros ciudadanos─ y tal manifestación provocó una merma económica tanto a Caminos y Puentes Federales de Ingresos y Servicios Conexos (Capufe), un organismo público del gobierno federal en México, así como a la empresa privada Autovías Concesionadas Mexiquenses.

Kenia Hernández, si Capufe no acepta negociar un acuerdo reparatorio, permanecerá durante 20 años en la cárcel, lo cual además de privarle de su libertad, también le impedirá vivir etapas irrecuperables en las biografías de sus dos hijos, de 12 y 7 años de edad cada uno. Hoy en día, la abogada se halla recluida en el penal de Nezahualcóyotl Sur. Al conocer más información acerca de este caso es inevitable no evocar las reflexiones de la filósofa Silvana Rabinovich quien, en La ética ante las víctimas, expresó: “Las invisibilizadas víctimas ven, miran pasar ante sus ojos la libertad de otros que ─al ignorarlas─ creen volverlas invisibles”.

La lógica colonial-conquistual pareciera no haber sido desmontada del todo, pues en pleno siglo XXI constatamos pedagogías del poder como la echada a andar, en el lejano año 1811, en contra de Miguel Hidalgo. En casos como el de Kenia Hernández, ¿hablamos de una matriz conquistual renovada, vigente, iterada ─en términos de Mario Rufer─ que corre por debajo del decimonónico Estado de derecho surgido, en América Latina, tras las luchas independentistas? Algo es inobjetable: la situación de la activista Kenia Hernández es una oportunidad insoslayable para que la denominada 4T encarne y ejemplifique esa tan enarbolada disputa contra los agravios coloniales y conquistuales del largo siglo XVI, misma que llevó al lopezobradorismo a exigirle disculpas públicas al rey de España por los innegables atropellos cometidos, en el ayer colonial, en detrimento de la dignidad indígena.

El Gobierno federal, encabezado por Claudia Sheinbaum, ha difundido que 2025 será el Año de la Mujer Indígena; tal decisión institucional pareciera una impostergable oportunidad para señalar algo vital en el futuro de una sociedad con heridas coloniales: no olvidar agravios, recientes o lejanos, es fundamental si aspiramos a construir un país más digno y habitable. En palabras del filósofo Reyes Mate, no perdamos de vista que “la memoria pretende actualizar la conciencia de una injusticia pasada, mientras que el olvido la cancela, con lo que se hace cómplice de la injusticia”. No olvidemos a Kenia Hernández.