29/08/2024 (Ciudad de México). A fines de junio, el partido ultraderechista “Agrupación Nacional” (AN) dirigido por Marine Le Pen y que llevaba como candidato a primer ministro a Jordan Bardella, consiguió una victoria parcial en la primera vuelta de las elecciones parlamentarias francesas. Se trató de un batacazo, que inmediatamente generó reacciones políticas y protestas sociales para evitar que los neofascistas tomaran una parte importante del gobierno de ese país. 

El presidente Emmanuel Macron, cuyo mandato culmina en 2027, había decidido adelantar las elecciones para la Asamblea Nacional (Congreso francés), confiado en que con esa maniobra él podía usar en su favor la polarización (ya evidente desde las elecciones europeas de junio de 2024) entre la extrema derecha de Marine Le Pen y la izquierda radical de Jean Luc Melenchon, un referente de las luchas sociales en el país galo, y que es parte fundamental del recientemente formado “Nuevo Frente Popular” (NFP), una novedosa unidad de las izquierdas que se fundó también en junio.

Su cálculo resultó totalmente equivocado. En la primera vuelta legislativa, su organización liberal republicana llamada “Renacimiento” terminó en tercer lugar, por detrás de los neofascistas de AN y de la izquierda unida del NFP. Esto le obligó a cambiar de discurso, asumiendo un antifascismo de ocasión, haciendo un urgente “llamado a la unidad para frenar a la extrema derecha”. No es la primera vez en la historia que los liberales se confrontan con los fascistas: poco antes de iniciar la segunda guerra mundial, un hombre de ideología liberal y acción política conservadora, Winston Churchill, encabezó la coalición democrática europea para enfrentar a Adolf Hitler.

Su llamado electoral, que incluso ya en la práctica llegó a concertar con las fuerzas de centro y con la izquierda una estrategia para concentrar el voto en cada una de las circunscripciones electorales, en aquellas candidaturas con más posibilidades de derrotar a las candidaturas de la ultraderecha, terminó favoreciendo al “Nuevo Frente Popular”, que de segunda fuerza pasó a convertirse en la primera, con la mayor bancada legislativa, durante el balotaje realizado el 7 de julio.

Lo democrático era que el presidente Emmanuel Macron, de inmediato procediera a reconocer la nueva realidad mostrada por las urnas, designando a un primer ministro o una primera ministra proveniente del NFP. 

Macron podía hacerlo mediante un decreto sin pasar por la Asamblea Nacional, ya que es su facultad realizar tal designación. Es cierto que la Asamblea Nacionalconstitucionalmente tiene la posibilidad de retirar al primer ministro del cargo mediante una moción de censura aprobada con mayoría absoluta de votos, pero no puede impedir que el Presidente nombre a la persona que ocupará el cargo. 

Sin embargo, Macron maniobró para convencer a la opinión pública de que se requería una mayoría legislativa, no sólo para gobernar sino incluso para nombrar a la nueva autoridad. Era una impostura política.

Así han pasado casi dos meses, que es el tiempo durante el que se ha negado, de forma antidemocrática, a reemplazar con un nuevo primer ministro o una nueva primera ministra a Gabriel Attal, el premier que todavía sigue ocupando el cargo aunque renunció al día siguiente del balotaje. 

El presidente ha estado insistiendo en que no es viable que el frente de izquierdasasuma una parte del gobierno. Su argumento es que aún siendo la fuerza políticamás votada, sin embargo no cuenta con la mayoría legislativa absoluta. Para postergar la decisión, Macron puso como pretexto la realización de los Juegos Olímpicos en París, o la necesidad de seguir construyendo consensos legislativos, pero la paciencia del pueblo francés se está agotando.

Así se explica que varias organizaciones sindicales y estudiantiles, junto al “Nuevo Frente Popular”, han convocado a una manifestación para el 7 de septiembre, exigiendo al presidente que cumpla la voluntad soberana del pueblo expresada en las urnas.