21/06/2024 (Ciudad de México). El apabullante triunfo que el pueblo mexicano le dio a Claudia Sheinbaum el pasado 2 de junio pareció disipar por completo la duda sobre si “la sociedad mexicana estaría lista para una mujer presidenta”. Una duda que, aunque constante, ocupaba cada vez menos espacio en la discusión pública mientras la ahora virtual presidenta electa se posicionaba como la favorita para suceder a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) para encabezar la segunda etapa de la llamada Cuarta Transformación (4T). 

Así, Claudia Sheinbaum, primera presidenta de México y de América del Norte, se sumará a las otras 14 mujeres que actualmente se encuentran ocupando un cargo ejecutivo nacional, apenas el 7% de los 193 mandatarios de países reconocidos. Todo esto mientras se visibiliza cada vez más la desigualdad de género y el déficit de representatividad en espacios de poder para las mujeres.

Ahora, si bien se han disipado las dudas sobre si la sociedad mexicana en general aceptará ser gobernada por una mujer, no ocurre lo mismo en el caso de las Fuerzas Armadas Mexicanas (FAM). Apenas el pasado 18 de junio, durante la conferencia mañanera del presidente AMLO, un periodista hizo alusión a la columna del abogado César Gutiérrez Pliego que lleva como título, precisamente, “¿Está listo el ejército mexicano para tener una Comandante Supremo Mujer?” El presidente, sin embargo, disipó rápidamente la duda, reiterando que quien ocupe la presidencia “es el comandante supremo”, que las FAM “son muy leales” y que conoce muy bien a Claudia Sheinbaum, asegurando que “no es tolerante a la indisciplina y al autoritarismo, y a la deshonestidad, o sea no acepta eso”. 

En México, la tradición presidencialista ha dejado al titular del poder Ejecutivo como la piedra angular que garantiza la subordinación de las FAM al poder civil, al definirlo como su comandante supremo. Así, en cuanto una nueva presidencia toma lugar, las estructuras castrenses – es decir, el Ejército mexicano y la Marina Nacional–, se subordinan a un nuevo mando máximo a quien, teóricamente, guardan su lealtad. 

La duda, entonces, resurge en cuanto se considera que las FAM son instituciones en donde lo masculino premia, con todo lo que esto implica socialmente. Así lo considera la especialista en seguridad y género, Daira Arana, quien explica cómo tradicionalmente las FAM son instituciones sumamente masculinizadas. Primero, porque “en su mayoría están conformadas por hombres”, calculando que aproximadamente el 80% del personal pertenece a este género. 

Aunado a ello, en una dimensión cualitativa, “las fuerzas armadas tienen ciertas características que son asociadas a la masculinidad hegemónica o más tradicional que tiene que ver con la fuerza, la virilidad, la autonomía y el ejercicio de la violencia”, explica Daira. De ahí que surja cierta expectativa de que los militares o marines se resistan a asumir el mando de una mujer:

“Lo que se observa regularmente es que las estructuras masculinizadas lo que buscan, ante lo femenino, es que lo femenino sea subordinado a ellos y no al revés. Entonces, esta cuestión de que tengamos una mujer comandando a las fuerzas armadas, pues cambia esta dimensión y de ahí se genera esta preocupación: ‘¿qué va a pasar ahora que, en esta estructura masculinizada donde lo que se busca es subordinar lo femenino, sea una figura femenina la que esté comandando’”. 

La especialista en seguridad y fuerzas armadas aclara que no existe un fundamento legal que reserve cargos o espacios para varones al interior de las estructuras castrenses. Incluso, describe cómo se han ido ocupando cada vez más espacios por mujeres, incluyendo aquellos anteriormente reservados para varones en donde se requiere el uso de armas, “es decir, caballería, artillería, todas esos en los que no había posibilidad para las mujeres.” Sin embargo, en la actualidad, tanto “en el Heroico Colegio Militar [como] en la Heroica Escuela Naval, las mujeres pueden también ser parte de estos espacios”, explica Daira. 

No obstante, la investigadora sí considera que aún perduran “mecanismos de exclusión en las dinámicas de las tareas” para las mujeres en la práctica. Es el caso de, por ejemplo, cuando se excluye a mujeres que son madres debido a que se cree que éstas deben concentrarse en el cuidado de los hijos: “¿Tienes hijos? No te puedo poner a comandar un batallón en el futuro, porque eso requiere movilidad, requiere tiempo y tú tienes que cuidar hijos”, por lo que, concluye, “sigue habiendo estos sesgos de género que repercuten en esas decisiones operativas, pero que no están fundamentadas como tal en la ley”.

Estas prenociones sobre el género y las fuerzas armadas podrían estarse replicando en el lenguaje formalista. Según la Real Academia Española, la acepción de comandanta refiere específicamente a la “mujer del comandante”, excluyendo a las mujeres que hayan alcanzado este rango dentro de las instituciones castrenses. Para éstas, la única distinción es el artículo “la” que se añade para definir el género femenino en la comandante. En contraste, no ocurre lo mismo con la palabra presidenta, la cual está plenamente identificada como una mujer que preside un gobierno. 

Sin embargo, argumenta Daira, la preocupación de que las FAM no reconozcan el mando de la primera presidenta no tiene fundamento y resulta más “un reflejo de las filias y fobias respecto a la cuestión de género y sexo en torno a los cargos públicos”. Esto porque, asegura, “hay una tradición muy fuerte en donde las fuerzas armadas refrendan su lealtad a quien está a cargo de la figura presidencial […]. La lealtad es hacia la figura, no hacia la persona; es decir, la lealtad no es a Claudia Sheinbaum por ser Claudia Sheinbaum, no es hacia Andrés Manuel López Obrador, por ser Andrés Manuel López Obrador”, explica.

De tal suerte, intuye Daira, lo más probable es que las FAM armadas asuman el mando de una mujer toda vez que ésta represente la figura presidencial. Para respaldar esta intuición, Daira realiza un paralelismo con las transiciones políticas de los años 2000 y de 2018, en donde se tenía la expectativa de que las FAM se insubordinaran frente a los mandatarios con una ideología política distinta a la del partido de Estado histórico, el Revolucionario Institucional. Sin embargo, esto no ocurrió y, por el contrario, la lealtad de las FAM fue refrendada en cada ocasión: “en ningún momento vimos un acto de total insubordinación”, asegura.