14/06/2024 (Ciudad de México). Las regiones de Coquimbo, Valparaiso, O’Higgins, BíoBío, Los Lagos, Aisén, Ñubley Magallanes, que constituyen más de la mitad del territorio nacional desde el centro hacia el sur, fueron declaradas como zonas de catástrofe por el gobierno del presidente Gabriel Boric, quien se encuentra de gira internacional en Europa y prevé adelantar su retorno. Fue debido a las torrenciales lluvias y fuertes vientos de hasta 80 kilómetros por hora que las afectan, en lo que es la peor tormenta en dos décadas, peor incluso que la del año pasado que también causó grandes inundaciones y destrozos.
Varias ciudades, las carreteras troncales y los caminos vecinales, así como los campos de producción agrícola y ganadera fueron anegados, presentándose también daños en gran cantidad de viviendas y escuelas. Las autoridades chilenas extreman los esfuerzos de ayuda activando los equipos de defensa civil, con la experiencia que tuvieron de la gestión pasada, pero ahora actuando frente a un evento inusitado, que ocurre cuando no comenzó aún el invierno en el hemisferio austral el 21 de junio.
Hasta el momento se contabilizan cerca de dos mil personas que tuvieron que abandonar sus hogares, además del corte de energía eléctrica que afecta a otros 70.000 hogares. En los poblados de la costa se reportan olas de hasta quince metros de altura que golpean el litoral.
Como ocurrió con las lluvias e inundaciones que castigaron el sur de Brasil hace unas semanas, este desastre climático en Chile también es resultado de la combinación del calentamiento global y de “El Niño”, un fenómeno natural que ocurre hace décadas en el Océano Pacífico, pero que se acentúa por la elevación de temperaturas en todo el planeta, lo que causa sistemas de baja presión atmosférica que originan lluvias intensas y prolongadas.
En lo que va de este año, varios países del mundo fueron afectados intensamente por eventos climáticos extremos como este que ahora impacta en Chile. En marzo de 2024, Kenia fue duramente afectada por las inundaciones, que causaron 228 muertes y 224.000 damnificados. En abril, Brasil sufrió el impacto en el Estado de Río Grande del Sur, que en un 70% fue inundado, afectando 441 ciudades, lo que dejó 126 muertes y 1,9 millones de afectados, así como 395.000 desplazados. En mayo, Afganistán tuvo 3 días continuos de lluvias, ocasionando enormes riadas que mataron a 300 personas y cientos de personas desaparecidas.
Y mientras estos desastres ocurren, en el debate mundial respecto a la financiaciónde la mitigación, la adaptación y la recuperación de las pérdidas y daños ocasionados por la crisis climática, se van cerrando los canales de diálogo norte-sur. Recordemos que, en las cumbres ambientales precedentes, se había acordado que tal financiamiento se daría en función de responsabilidades diferenciadas entre países, según el nivel de emisiones de gases de efecto invernadero que vierten a la atmósfera, vale decir según su nivel de desarrollo industrial y de uso de combustibles fósiles, y tomando en cuenta las reales necesidades de los países menos contaminantes, pero que son los más afectados y lo que menos posibilidades tienen de afrontar los daños.
El concepto de pasivos ambientales globales se acuñó precisamente para que las potencias industriales (Estados Unidos, China, Alemania, India, Rusia, Gran Bretaña, Francia, Japón) asuman su responsabilidad. Pero en la Conferencia de Bonn sobre Cambio Climático, que comenzó el 5 de junio y acabará el 15, que es preparatoria de la Cumbre del Clima o COP-29 que se realizará en Azerbaiyán en noviembre de este año, los mencionados países ricos bloquearon cualquier acuerdo, negándose a asumir los costos de un Fondo Climático Mundial.
Las organizaciones ambientalistas presentes en Bonn, así como los representantes de las víctimas de los desastres ocasionados por el calentamiento global, denunciaron que esta negativa de las potencias más ricas del mundo, se da mientras siguen subvencionando a la industria de fósiles (petróleo y minería) y están ingresando en una carrera armamentista, realizando enormes gastos (en realidad inversiones) en guerras tanto en Ucrania como en Oriente Medio.