23/05/2024 (Ciudad de México). En China, tras la investidura hace tres días del nuevo presidente de Taiwán Lai Ching-te (William Lai), que expresó en su primer discurso una radical posición política separatista e independista, el gobierno chino la calificó como peligrosa para su objetivo de reunificación territorial y decidió lanzar una señal de advertencia.

Lai Ching-te, de 64 años, ganó las elecciones en enero con el 40% de los votos, aunque no logró obtener la mayoría en el Parlamento taiwanés. Taiwán es la isla en la que, en 1949, se parapetó el general nacionalista Chang Kai-shek, derrotado por el ejército popular comunista de Mao Tsé-tung. En esa isla fundó una pequeña pero exitosa República que hoy tiene 23 millones de habitantes en sus 36.000 kilómetros cuadrados.

Taiwán por décadas le disputó la legitimidad y el reconocimiento de la comunidad internacional a la “República Popular China”, asentada en las tierras continentales con una superficie de 9,5 millones de kilómetros cuadrados y con una población de 1.400 millones de personas. La disputa acabó en 1971, cuando la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reconoció a China continental como la única representación, tanto en el Consejo de Seguridad como en la Asamblea General. Desde entonces, Taiwán es cada vez más relegada a la condición sui géneris de un territorio con gobierno propio, pero sin una configuración estatal plena.

La República Popular China siempre se planteó la necesidad de reunificar Taiwán con el país continental, bajo el siguiente principio diplomático: “un país, dos sistemas”. En 1992, ambos gobiernos alcanzaron un Consenso, que reconocía que “sólo hay una China”, pero se mantuvo la diferencia respecto de si Beijing o Taipei (la capital de Taiwán) la representaban. La estrategia de absorción china se reforzó luego de que, en 1997, recuperó del Reino Unido (Británico) la opulenta ciudad de Hong Kong y en 1999, consolidó el dominio de la región de Macao, cuando Portugal devolvió a China la última colonia europea en Asia.

La posibilidad de un enfrentamiento armado entre China y Taiwán recrudeció desde que, bajo la administración del republicano Donald Trump (2017–2021), los Estados Unidos aumentaron su ayuda militar al régimen de Taipei, alejando la posibilidad de que la diplomacia haga su trabajo. A la par, en China las tendencias militaristas también crecieron durante el mandato de Xi Jinping, iniciado el año 2013.

The Economist, un semanario especializado en relaciones internacionales y economía con sede en Londres, acaba de publicar varios reportajes en los que analiza las relaciones entre Washington y Beijing, a propósito de Taiwán. Llega a la conclusión de que, conforme se agudiza la confrontación comercial y tecnológica entre ambas potencias, el tema de Taiwán se ha convertido en un factor de disuasión que la Casa Blanca utiliza contra China, en tanto que para Beijing la reunificación se ha convertido en un objetivo estratégico, que debe ser conseguido por cualquier medio, diplomático o de fuerza.

Lo que ocurre ahora con el despliegue a gran escala de fuerzas militares navales y aéreas de la República Popular China, que han rodeado la isla de Taiwán y surcan los cielos, en los ejercicios bautizados como “Espada Conjunta 2024-A” que durarán tres días, pretende ser una amenaza a las ínfulas soberanistas de Lai Ching-te, pero también un mensaje bélico “contra la interferencia y provocación de fuerzas extranjeras”.

China endurece posiciones. Lo viene haciendo desde la realización de la reunión anual de la “Asamblea Nacional del Poder Popular” (su máxima instancia legislativa) de marzo, que decidió entre otras cosas incrementar en un 7% el presupuesto militar, colocando a China en segundo lugar a nivel mundial en inversiones bélicas. También lo hace por el curso favorable a Rusia –un aliado estratégico de Beijing- que está tomando la guerra en Ucrania.

Sube la tensión en Asia.