Ante el estigma y el aislamiento, los Centros Colibrí buscan la conexión social de los usuarios de drogas.
22/03/2024 (Ciudad de México). Durante los años setenta, el psicólogo canadiense Bruce Alexander, revolucionó la manera en la que la ciencia abordaba el consumo de drogas hasta entonces. Según la visión clásica, las drogas eran un problema en sí, ya que se daba por sentado que quienes las consumen tienden invariablemente a subordinarse a ellas y volverse adictos. El problema era la droga y las consecuencias fisiológicas y sociales que provocaba en el individuo que la consumía.
Este imaginario se basaba en la perspectiva conductista, cuya cúspide experimental fue la llamada “caja de Skinner”, un espacio cerrado en donde un sujeto – un animal, como una paloma o una rata– se aislaba y se observaban sus respuestas a estímulos y recompensas. En la caja de Skinner, si el sujeto tenía acceso a dos recipientes, uno con agua simple y otro con cocaína o heroína diluidas en agua, el sujeto elegiría invariablemente consumir el líquido con sustancias hasta la sobredosis y la muerte.
Sin embargo, el doctor Alexander dudaba del método y las conclusiones conductistas y planteó que quizás el problema no eran las drogas, sino el ambiente al cual se sometían los sujetos en la caja de Skinner: pequeños espacios en donde se mantenía al sujeto aislado de su ambiente habitual.
Retando a la mirada conductista clásica, Alexander construyó un espacio amplio en el que se ingresaba una gran cantidad de ratas y, aunque tenían acceso a los mismos recipientes de agua – el que contenía droga y el del líquido puro–, también mantenían toda la libertad para pasear, jugar, socializar y tener sexo. Este experimento se llamó “el parque de las ratas” o rat park.
Sorprendentemente, el psicólogo canadiense halló que, en condiciones donde las ratas mantenían su socialización y recreación habituales, podrían consumir el agua con la droga, pero no lo hacían de manera compulsiva y tampoco ocurrían sobredosis. Con su experimento, Alexander fundó la base para cuestionar el paradigma clásico sobre las drogas, en el que se observaba cada relación entre los consumidores y la sustancia de manera aislada. Todo parecía indicar que, la solución para la adicción era la socialización o la conexión con otros sujetos.
Casi cincuenta años después del experimento de Alexander, en Iztapalapa, Ciudad de México, fue concebido un proyecto que encarna el espíritu retador del psicólogo y que se propone romper con las formas clásicas de observar el consumo de drogas por la sociedad y los Estados. Se trata de los Centros Colibrí, el primero de ellos fundado en 2021 durante el gobierno de Clara Brugada, aunque actualmente la alcaldía cuenta con 12 de ellos. El proyecto surge de un diagnóstico observado en los servicios para atender el consumo de drogas, la mayoría de ellos concentrados en aislar a los consumidores en espacios cerrados y alejarlos del consumo, como los llamados anexos, muchos de ellos atravesados por el prejuicio en contra de las personas usuarias de drogas.
En contraposición, los Centros Colibrí parten de un enfoque comunitario que no busca aislar a los consumidores, sino integrarlos en sus comunidades a través de distintos servicios, muchos de ellos insertos en las Unidades de Transformación y Organización Para la Inclusión y la Armonía Social o UTOPÍAS. Aunque los servicios de los Centros Colibrí parten de la atención y el acompañamiento psicológico a las y los consumidores, también se busca trabajar con las poblaciones – o ambientes– que les rodean.
En entrevista para De Raíz Media, Amaya Ordorika describió los centros de la siguiente manera: “brindan principalmente acompañamiento psicológico a personas usuarias de plantas y sustancias psicoactivas, pero también brindan [servicios] a sus comunidades a través de sesiones grupales […], talleres informativos sobre el consumo de plantas y sustancias, [así como] los efectos que tienen en nuestro cuerpo, los riesgos asociados al consumo y las estrategias para reducirlos, en caso de que alguien aun así decida consumir”.
Amaya Ordorika es socióloga y participó en la elaboración del diagnóstico que dio lugar a los Centros Colibrí; además, actualmente acompaña en la elaboración de su programa de gobierno a la ahora candidata para jefa de gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada. Ordorika también forma parte de la organización de la sociedad civil Reverdecer, la cual aborda el consumo de drogas desde la perspectiva de reducción de riesgos y daños, una propuesta que busca alejarse de los estigmas hacia los consumidores de drogas, dignificando su vida, su interacción con la sociedad y, por supuesto, su consumo.
La reducción de riesgos y daños, central para el desarrollo de los Centros Colibrí, busca abordar el consumo desde una perspectiva de salud pública, evitando la visión punitivista clásica que lo suele delegar a las instituciones de seguridad pública. Así lo señala Raquel Pasaran García, psicóloga y coordinadora de los Centros Colibrí, quien apuntó que “era importante poder abordar [el consumo de drogas] desde un enfoque de salud”, además de garantizar “los derechos de las personas usuarias, [buscando] que no se les relegara y no se les considerara como personas de segunda clase por ser usuarios.”
De acuerdo con Raquel, la atención de los Centro Colibrí gira en torno a tres ejes: 1) la prevención, que implica difundir información “sin estigmas o tintes morales” acerca de las sustancias psicoactivas –tanto legales como ilegales– a través de talleres, ferias, jornadas, cinedebates, etc.; 2) la psicoeducación, que incluye la capacitación en contenidos especializados en el consumo de drogas para personal de salud, además de talleres sobre los derechos de las personas usuarias, políticas de drogas y habilidades para la vida; y 3) la atención primaria, que se enfoca en brindar “acompañamiento psicológico para personas con usos problemáticos” de drogas, así como para sus familiares.
Como ejemplo de los servicios de los centros, Raquel mencionó la “Ruta psicoactiva”, la cual consiste en acudir con una camioneta a “los espacios de consumo”, sobre todo con la población en condición de calle, brindándoles información y charlas, además de acercarles diversos servicios de salud e invitarles a las UTOPÍAS para que puedan “ejercer el derecho a la salud, al deporte, a la cultura, etcétera”.
Para consolidar los Centros Colibrí, los fundadores se inspiraron en distintas experiencias alrededor del mundo que han abordado el consumo de drogas desde la perspectiva de reducción de riesgos y daños, incluyendo algunas acontecidas en países como Portugal, Estados Unidos, Colombia, Brasil e, incluso, la frontera norte mexicana.
Sin embargo, señaló Amaya, lo innovador en la experiencia de los Centros Colibrí es que éstos son una iniciativa gubernamental, a diferencia de la gran mayoría de proyectos que parten de la llamada sociedad civil, lo que “permite ir pensando en ampliar la oferta a un número mucho más amplio de personas, además de garantizar su gratuidad, que también es fundamental”, señaló la socióloga.
Por su parte, de acuerdo con Raquel, aproximadamente hasta el momento se ha atendido a 1800 personas a través del eje de atención primaria, de las cuales el 30% ha concluido sus procesos terapéuticos. Sin embargo, tanto Amaya, como Raquel, son conscientes de que los Centros Colibrí son de reciente creación, por lo que no se ha tenido la oportunidad de medir estadísticamente sus resultados.
No obstante, ambas expresaron que es posible observar a un nivel anecdótico cómo la población atendida transita paulatinamente de un enfoque de tipo punitivista y estigmatizante a uno que busca la integración y la reducción de daños en el consumo de drogas. “Los centros colibrí son un modelo muy reciente, entonces, todavía necesitamos darles un poco de tiempo para poder tener un impacto más medible”, señaló Ordorika.
Sin embargo, es posible observar una “redignificación” de las personas usuarias “que les ha permitido no solo profundizar en procesos de sanación en términos de salud mental, sino también reintegrarse” a espacios sociales, laborales y familiares, señala Amaya. Por su parte, Raquel dijo a este medio que los beneficiarios han expresado que sienten que son “servicios dignos para ellos, […] que se les está brindando una atención profesional, que no se les relega y que no se les trata como ciudadanos de segunda clase”.
De esta manera, los Centros Colibrí encarnan ese espíritu innovador que hace 50 años inspiró a Bruce Alexander a cuestionar el paradigma imperante sobre las drogas y, en vez de buscar la abstinencia en el consumo con base en el miedo y el estigma, opta por fomentar la conexión social y la garantía de los derechos de las personas usuarias.