04/03/2024 (Ciudad de México). En San Vicente y las Granadinas se efectuó la VIII Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que en esta ocasión tuvo la mayoritaria presencia de presidentes y cancilleres de los gobiernos de orientación progresista, como son Lula da Silva de Brasil, Gustavo Petro de Colombia, Xiomara Castro de Honduras, Nicolás Maduro de Venezuela, Miguel Díaz-Canel de Cuba y Luis Arce de Bolivia, además de la Secretaria de Relaciones Exteriores de México, Alicia Bárcena.

Sin embargo, no pasó desapercibido el mensaje político de la coordinada ausencia de mandatarios de tendencia conservadora, como el presidente de Uruguay, Luis Lacalle, el de Paraguay, Santiago Peña, o el de Ecuador, Daniel Noboa. Se sumaron a ellos los gobernantes neofascistas Javier Milei de Argentina y Nayib Bukele de El Salvador. Todos estos países mandaron delegaciones que no correspondían al nivel de una Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno, ya que estuvieron encabezadas por vicecancilleres o embajadores.

Para entender el escenario que terminó creándose en la ciudad de Kingstown (capital de San Vicente y las Granadinas) debemos remontarnos al momento de fundación de la CELAC. En 2010 se acordó la creación del nuevo organismo hemisférico durante la “Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe” en la Riviera Maya, México. Allí se forjó un consenso en sentido de llevar la integración a un plano superior, más allá de la Organización de los Estados Americanos (OEA).

Durante varias décadas los países latinoamericanos criticaban en la OEA el peso decisivo de los Estados Unidos, que terminaba sofocando las iniciativas autónomas de varios países, al punto de haber impuesto la expulsión de Cuba en 1962 o la admisión de dictaduras militares en varios países de Sudamérica en la década de los setenta, sólo porque tenían coincidencias estratégicas con Washington. Otro hecho que quebró históricamente a la OEA fue la “Guerra de las Malvinas”, en abril de 1982. Durante esa crisis los países de habla hispana presentaron una moción de mediación entre Argentina y Gran Bretaña para evitar una guerra. Tal iniciativa fue neutralizada por los países anglófonos (Canadá, Jamaica y Estados Unidos) pues el presidente estadounidense de ese tiempo, Ronald Reagan, no quería pelearse con su socia estratégica, Margaret Thatcher, a la sazón primera ministra británica.

El desgaste de la OEA dio paso a la fundación de la CELAC, en diciembre de 2011 en la ciudad de Caracas. En ese tiempo, la mayor parte de los países de la región había dejado atrás los gobiernos neoliberales, con procesos de transformación dirigidos por gobiernos de izquierda en Venezuela, Ecuador, Argentina, Bolivia, Brasil, Uruguay y Paraguay. Por eso, desde su creación, la derecha continental siempre ha visto a la CELAC con recelo.

En esta VIII Cumbre de la CELAC, luego de varios años, se vuelve a sentir la polarización política entre gobiernos progresistas que quieren impulsar la integración, y gobiernos de derecha que quieren ralentizarla (frenarla). Esto dificultó los consensos para la elección de una personalidad política que ocupe la Secretaría Permanente del Organismo, o para emitir pronunciamientos sobre temas tan decisivos como la situación en Gaza.

En lo que se refiere a Palestina, el presidente de Brasil, Lula da Silva, habló sobre el genocidio que sufre el pueblo palestino, la crisis humanitaria por la situación de hambruna que padece más de un millón de personas refugiadas en el sur de la Franja de Gaza, y las terribles noticias, que se conocieron en medio de la Cumbre, del asesinato de más de un centenar de palestinos en una masacre por militares de Israel que dispararon a mansalva contra una multitud que esperaba a los camiones cargados de alimentos y medicamentos. Lula pidió que la Cumbre saque una Resolución pidiendo el inmediato alto al fuego y la entrega de ayuda humanitaria, así como una salida pacífica con dos Estados (Israel y Palestina). Pero en el documento final –por la postura de los gobiernos de Argentina y Paraguay- se insertó una formulación mucho más atemperada que ni así logró unanimidad pues sólo la firmaron 24 de los 33 países miembros.

Por todas estas incidencias puede afirmarse que esta Cumbre representó un paso atrás en la integración.