18/01/2024 (Ciudad de México). Tres agencias de las Naciones Unidas, que son el Programa Mundial de Alimentos (PMA), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), en conferencia de prensa en Nueva York, a tiempo de validar los datos de las autoridades sanitarias gazatíes que cifran en 24.000 las palestinas y palestinos que murieron en Gaza desde que comenzaron las operaciones militares de Israel, alertaron de un inminente escenario de hambrunas y epidemias entre los centenares de miles de refugiados palestinos, que tuvieron que escapar hacia el sur de la Franja, entre el mar y las bombas.
A nombre de las tres agencias, el director general de la OMS, el etíope Tedros Adhanom, señaló que “allí se vive en el infierno, pues la población de Gaza ha sido sometida durante los últimos cien días a una de las peores crisis humanitarias a las que ha hecho frente una población civil en este siglo”. Por su parte, la directora general del PMA, la estadounidense Cindy McCain afirmó, casi con desesperación, que “la población de Gaza enfrenta el riesgo de morir de hambre a unos kilómetros de camiones llenos de comida”. Son centenas de camiones con ayuda humanitaria que no pueden llegar a destino por las enormes restricciones que se ponen a su ingreso a Gaza. Las autoridades de la ONU se cuidaron de mencionar a Israel en sus alocuciones, pero está claro que sólo los militares de ese país pueden poner esos obstáculos.
El genocidio en Gaza continúa, ya no tanto con los criminales bombardeos ordenados por Tel Aviv, por los que Sudáfrica ya acusó al Estado de Israel ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya, sino ahora bajo las formas de una muerte lenta por hambre y enfermedades.
En tanto, cerca de esta región del mundo se activan nuevos focos bélicos con los bombardeos estadounidenses e ingleses contra las milicias Hutíes en Yemen (un país situado hacia el sur de Palestina, pasando Arabia Saudita) que, solidarios con los palestinos, atacan buques petroleros que cruzan por el estrecho de Bab el Manden, de apenas 36 kilómetros de ancho y que se ha vuelto una espina clavada en el mercado petrolero mundial.
A esto se suma la activación de otro conflicto, todavía de baja intensidad, entre Pakistán e Irán, dos países islámicos pero no árabes, entre los que hay una región denominada Balochistán (o Baluchistán) repartida entre Irán, Afganistán y Pakistán. En esta extensa región vive una nación sin Estado, los Balochíes, a cuyo interior surgieron hace décadas grupos armados que luchan por su independencia, especialmente en Pakistán. Esas milicias se denominan “Frente de Liberación de Baluchistán” y se refugiaron en la parte iraní de la región. Hacia ese lugar ordenó Islamabad (la capital de Pakistán) un ataque con misiles, afirmando que era una represalia por anteriores acciones iraníes.
Esta ampliación del conflicto no es de ninguna forma casual; busca generar un efecto político y mediático mundial, que pase el genocidio contra el pueblo palestino y las acciones de Israel a segundo plano. Es sabido que en Estados Unidos los sucesos en Gaza, y el apoyo de Biden a Netanyahu, le pasa factura a la actual administración del Partido Demócrata en la Casa Blanca. Por supuesto que cualquier cruce de armas entre Pakistán e Irán conviene tanto al presidente de Estados Unidos como al primer ministro de Israel.
A quien no le conviene es a China, que no quiere tener guerras cercanas que amenacen su propia estabilidad y sus negocios en la “Nueva Ruta de la Seda” (que pasa por Pakistán, Irán y Arabia Saudita). Por ello, la Cancillería china inmediatamente activó su protocolo diplomático para mediar entre Islamabad y Teherán.