La actual percepción que los ciudadanos tenemos de la clase política no es fortuita, ésta ha sido construida a lo largo de la historia y la literatura nos ayuda entenderla. En Los Relámpagos de Agosto, de Jorge Ibargüengoitia, se puede leer el origen de la clase política que dominó el siglo XX en México a través del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
15/01/2024 (Ciudad de México). ¿Tú confías en los políticos? ¿Alguna vez te has preguntado por qué nos es difícil confiar en lo que hoy conocemos como la clase política?
¿Te imaginas leer una historia de ficción que nos ayude a entender esto? Una de estas historias está en Los relámpagos de Agosto, novela del escritor guanajuatense Jorge Ibargüengoitia. Aquí leemos no sólo una sátira sobre el proceso posrevolucionario de México, sino también una explicación cruda de las motivaciones y estrategias a las que recurrían los líderes políticos para alcanzar el poder.
La historia comienza con el general Guadalupe Arroyo, quien regresa en tren a la Ciudad de México para convertirse en el secretario particular del recién electo presidente, Marco González (a quien podemos identificar como Álvaro Obregón). Pero el presidente electo muere y en su propio funeral los entonces caudillos revolucionarios barajan varios planes para que alguno de ellos se convierta en el nuevo presidente de México. Su principal propuesta es hacer que el presidente nombre a un presidente interino y que en unas nuevas elecciones alguno de ellos gane la Presidencia y los demás puedan “acomodarse” en algún cargo político. Peeeero, esto se complica por algunos artículos de la Nueva Constitución Política promulgada por Venustiano Carranza.
Aquí podemos ver la primer contradicción de este grupo, pues como la Constitución por la que lucharon no se apega a sus intereses personales, ellos la quieren cambiar. Incluso alguno de ellos propone obligar con las armas al Congreso para que quiten el artículo que les impide obtener lo que quieren.
Para esta clase política, lo importante sólo es hacerse con el poder, no apegarse a la ley, ni respetar la división de poderes, pues según el General Arroyo “Los diputados son una sarta de mentecatos y que no hace falta ninguna tropa para obligarlos a actuar de tal o cual manera”.
Esta opinión es compartida por todos los caudillos, pero es algo que dicen entre ellos, no a la opinión pública, ya que entre las condiciones para pertenecer a esta clase política es necesario respetar, de dientes para afuera, las investiduras oficiales. Lo anterior se nota cuando el presidente en funciones, Vidal Sánchez (que bien podría ser Plutarco Elías Calles), se les adelanta en la jugada y hace que el Congreso nombre como presidente interino a un político de entre sus filas, que bien podría tratarse de Emilio Portes Gil en nuestro México. Así, al grupo de caudillos no les quedó más que respetar la decisión presidencial porque “aunque [Vidal Sánchez] era un torvo asesino, no por eso dejaba de tener la dignidad que le otorgaba la Constitución”.
En la novela el tiempo pasó, el Plutarco Elías Calles de la ficción mandó al grupo de caudillos a distintos puntos del país para poner tierra de por medio mientras ellos esperaban una nueva oportunidad para hacerse con el poder presidencial. Más adelante, Guadalupe Arroyo y su grupo se levantan en armas cuando se dan cuenta que Vidal Sánchez comienza a mover sus fichas para continuar ejerciendo el poder máximo, tal y como había sucedido cuando Carranza y Obregón habían intentado lo mismo.
A partir de aquí, la novela da cuenta de cómo este grupo de caudillos intentan obtener el poder por las buenas o por las malas, todo ello para poder garantizar “el respeto a los postulados sacrosantos de la Revolución y a las exigencias legítimas de los diferentes partidos políticos”.
Esta lucha despiadada por el poder incluyó traiciones, conveniencias de grupo y un intento de quedar bien ante la opinión pública porque ellos son los verdaderos representantes de la Revolución Mexicana. Como sabemos, Plutarco Elías Calles logró sus objetivos, eliminando a sus rivales políticos y agrupando bajo su brazo a las distintas facciones que, a la postre, se convirtieron en el Partido Revolucionario Institucional.
El doble discurso, el menosprecio de la ley y el juego de apariencias es lo que, según esta ficción, caracterizó a la clase política de los años veintes y treintas del siglo pasado. Las elecciones eran un mero trámite para legitimar sus ambiciones, el presidente en turno controlaba al Congreso y todos los grupos revolucionarios se daban patadas por debajo de la mesa para tener mayor control político.
Los relámpagos de Agosto nos ofrece un acercamiento a la forma y los móviles que impulsaron a los revolucionarios en la lucha por el poder, lucha que no necesariamente está sintonía con los verdaderos ideales de la revolución, como dejan ver los caudillos cuando hablan sobre su programa político, el cual “consistía en una campaña de difamación de los partidos socialistas.”
La historia que leemos en esta novela es muy creíble, es un panorama de la clase política que heredamos y da cuenta de los secretos a voces que poco a poco conformaron nuestro “imaginario político”.
Y recuerden, camaradas: leer es bueno, pero reflexionar sobre lo leído para ser críticos de lo que vivimos es mejor. Ése es el primer paso para transformar la realidad.