Genera ilusión y esperanza la reunión que acaba de concluir en la ciudad brasileña de Belem, a la que acudieron cuatro presidentes, una vicepresidenta, un primer ministro y dos ministros de alta investidura. Fue la reunión de mayor jerarquía conjunta entre Brasil, Colombia, Bolivia, Perú, Ecuador, Venezuela, Guyana y Surinam, que comparten la más grande reserva natural del planeta: la Amazonía.

¡Qué lejanos parecen esos terribles momentos en que el ultraderechista Jair Bolsonaro, gobernante del Brasil, abandonó cualquier iniciativa de integración que pretendiera proteger la selva! Durante el oscuro período de su presidencia, los empresarios madereros, las compañías petroleras y el agronegocio destruyeron más áreas selváticas que durante los quince años precedentes.

Si hasta la izquierda gobernante, hace una década, vacilaba en tomar una postura abiertamente favorable a la defensa de la naturaleza. Por alejarse de las corrientes conservacionistas, a las que acusaba de estar financiadas por ONGs europeas y estadounidenses, cayeron en el extractivismo, que así se denomina a la orientación favorable a que nuestros Estados sigan dependiendo de las rentas generadas por las riquezas naturales mineras y petroleras, garantizando leyes para su extracción así tenga terribles consecuencias contaminantes.

La aceleración del calentamiento global, hasta el punto de que el propio Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Gutérres, hable hoy de “ebullición global”, está obligando a los mandatarios a radicalizar su discurso. El propio Lula, anfitrión de esta cita, hace dos meses tuvo que resolver diferencias en su gobierno por un proyecto de perforación de la Petrobras en el estuario amazónico, que llevó a la ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, y la de Pueblos Indígenas, Sonia Guajajara, a manifestar públicamente su discrepancia.

El presidente colombiano Gustavo Petro se está convirtiendo en el gran referente de las nuevas posiciones de protección de la gran reserva amazónica, al mismo tiempo que plantea acelerar el cambio de la matriz energética mundial hacia energías más limpias y menos contaminantes. Gustaron mucho sus palabras: “hoy ya no es suficiente defender el verde de nuestras selvas, si no defendemos al mismo tiempo el azul de nuestros océanos y el blanco de los polos que están desapareciendo”.

Es cierto que la Cumbre Amazónica no ha podido acordar el fin de la deforestación para el año 2030, así como frenar las actividades petrolíferas y la minería ilegal en la región, lo que demuestra una vez más que no se debe confiar sólo en los gobiernos para encontrar todas las respuestas, y que se debe seguir activando la diplomacia ambiental con participación de los pueblos afectados para seguir avanzando. Sobre esto de permitir el ingreso de empresas petroleras a zonas ecológicamente protegidas, nuevamente cito a Petro, que dijo a sus pares: “No es un contrasentido total? ¿Una selva que extrae petróleo? ¿Es posible mantener una línea política de ese nivel, apostarle a la muerte y destruir la vida? ¿O América Latina y las fuerzas políticas latinoamericanas deberíamos plantear otra cosa diferente?”.

Dejando constancia de estos debates, se puede decir que el cónclave ha dejado grandes avances. El más importante es la conformación de un bloque mundial de países para un frente común de defensa de las selvas. A los 8 países amazónicos que participaron, se están sumando dos países africanos que comparten la selva congolesa, e Indonesia que también tiene una enorme área tropical en Asia. México y Guatemala que tienen importantes selvas húmedas, deberían considerar sumarse a esta entente ecologista que está naciendo y que ya ha exigido a China, Estados Unidos e India –los países más contaminantes- que se debe cumplir el compromiso de movilizar un fondo de 100.000 millones de dólares en financiamiento climático. Para destrabar los acuerdos climáticos globales se debe conseguir aliados y esta cumbre ha logrado entendimientos con países europeos como Noruega, Alemania y Francia que estuvieron invitados.