En la conferencia matinal del pasado 21 de junio de 2023, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), expuso los resultados de una encuesta sobre la percepción que los estadounidenses tienen sobre la inmigración en su país. De acuerdo con el trabajo realizado por NPR/Ipsos, el presidente expuso que 39% de los estadounidenses consideraban que la mayoría del fentanilo y otras drogas ilegales ingresa a suelo norteamericano por los migrantes indocumentados que cruzan a su país a través de su frontera sur. La cifra es más alarmante en el caso de los ciudadanos con preferencia por el Partido Republicano, de los cuales 60% comparte la misma imagen.

El presidente responsabilizó a los medios de aquel país por el estigma que relaciona de manera automática el negocio del narcotráfico con los latinoamericanos, acusándolos de amarillismo y manipulación de la información. Sin embargo, el prejuicio racial ha acompañado de cerca la prohibición contra las drogas desde que ésta fue impulsada por la élite norteamericana a principios del siglo XX.

En la década de los veinte, la sociedad “blanca” norteamericana de clase alta comenzaba a observar con desconfianza el incremento del consumo de cocaína por los afroamericanos en el sur del país. Se asociaba el consumo de los jóvenes negros con actitudes delictivas y violentas, independientemente de que los jóvenes blancos llevaran ya tiempo consumiendo esta sustancia y a éstos no se les asociara con actitudes “antisociales”.

La sociedad “blanca” norteamericana profundizó sus prejuicios raciales asociados al consumo de drogas durante las siguientes décadas. Luego del incremento de la inmigración mexicana a mediados de los años treinta, se aprobó en 1937 la Ley del Impuesto sobre la Marihuana que se acompañó de una campaña “de miedo racial [que] barrió el país avisando que la marihuana despertaba la violenta lujuria de los hombres de color hacia las mujeres blancas”.

Tras la llegada de Richard Nixon a la presidencia en 1969 tuvo lugar un punto de inflexión en la criminalización por razones de drogas basada en prejuicios raciales. El ministro de interior John Ehrlichman, responsable de la política antidrogas en territorio estadounidense durante el mandato de Nixon, confesó alguna vez:

¿Quieres saber de qué se trata todo esto [la guerra contra las drogas]? La campaña de Nixon en 1968, primero, y la Casa Blanca de Nixon, después, tenían dos enemigos: la izquierda pacifista y la gente negra. ¿Entiendes lo que te digo? Nosotros sabíamos que no podíamos hacer ilegal ser pacifista o negro, pero consiguiendo que el público asociara a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína, y después criminalizándolos severamente, podíamos irrumpir en esas comunidades. Podíamos arrestar a sus líderes, hacer redadas en sus casas, reventar sus reuniones y desacreditarlos noche tras noche en las noticias”.

En territorio norteamericano, la prohibición que ha impulsado EUA basada en el prejuicio racial se observa, principalmente, en que el sistema de justicia parece actuar de maneras más severas frente a la población afroamericana o latina que frente a la blanca. Sin embargo, estas repercusiones llegan mucho más allá de sus fronteras, impactando incluso la geopolítica regional.

Un nuevo episodio de la “guerra contra las drogas” cobraría fuerza en 1984, cuando el presidente Ronald Reagan volvió a declarar una cruzada en contra de las sustancias psicoactivas ilegales, clasificándolas ahora como una amenaza contra la seguridad nacional. A partir de ese momento, las intervenciones en el sur del continente para perseguir el narcotráfico comenzarían a incrementarse: militares y policías de Bolivia, Perú, Colombia, México, entre otros, recibieron entrenamientos y “asesoría” norteamericana con la finalidad de perseguir este ilícito en los países latinoamericanos.

Ahora bien, a pesar de lo denigrante que resulta el prejuicio racial, detrás de éste se mueven diversos intereses políticos y económicos de las élites norteamericanas que no deben obviarse. Dentro de estos se encuentran, entre otros, la venta de tecnología, entrenamiento y armamento especializados en el combate a los narcóticos a los países latinoamericanos, la concentración de la mayoría de las incautaciones de dinero proveniente de este negocio y el impulso de sus redes de espionaje en otros territorios a través de la colaboración de corporaciones como la DEA o la CIA, que incluye a instituciones tanto civiles como militares.

En la actualidad, en torno al fentanilo y otros opioides se han construido narrativas que también incentivan este estereotipo racial. La complejidad del tráfico del primero, cuya cadena productiva recorre China y América de manera fragmentada, lo vuelve el pretexto perfecto para impulsar cruzadas morales en contra de estos enemigos construidos perversamente por la élite norteamericana.  Sin embargo, el objetivo de estas cruzadas parece alejarse de combatir el negocio del narcotráfico.

La última expresión de esta peligrosa narrativa la tendría el gobernador republicano de Florida, Ron DeSantis, quien recientemente, recurriendo a esta retórica racista, sugirió utilizar la “fuerza letal” contra los inmigrantes sospechosos de tráfico de drogas e, incluso, enviar a la Guardia Costera y a la Marina norteamericanas para bloquear el flujo de barcos con precursores para fabricar fentanilo. Aunque estas declaraciones puedan tener un trasfondo electoral – recordemos que EUA está próximo a celebrar sus elecciones–, no dimensionamos aún de qué manera incrementaría nuestra dependencia comercial que EUA controle los flujos en nuestros puertos.

Naturalmente, esta batalla ideológica que ha emprendido Washington desde inicios del siglo pasado se atraviesa en la actualidad por una permanente competencia comercial con China, principal exportador de los precursores necesarios para fabricar el fentanilo. Se vuelve necesario, entonces, cuestionar la facilidad con la que la élite norteamericana emprende estas cruzadas morales como antesala a la intervención en nuestras comunidades para impulsar sus intereses, sin importarles las consecuencias de su eufemística guerra racial en nuestras poblaciones.