Anuncios de renta compartida para diminutos departamentos “económicos y bien ubicados”, carteles promocionando cursos extracurriculares que prometen enriquecer la formación del alumnado, publicidad sobre remates de libros que aseguran precios bajos para bolsillos casi siempre vacíos de jóvenes lectores. Con cinta adhesiva o pegamento, a color o fotocopia blanco y negro, tamaño oficio o copia simple, este collage de afiches solía decorar los muros de los diferentes planteles de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Sin embargo, todo cambió en octubre de 2019, con el estallido de una huelga protagonizada por miles de alumnas hartas de la pasividad de las autoridades universitarias ante las más de 70 denuncias por acoso sexual en la casa de estudios más importante del país, y una de las más prestigiosas a nivel internacional. Era el último capítulo de una historia de agravios y violencia hacia las mujeres que tuvo su momento más trágico dos años antes, en 2017, con el asesinato de la estudiante de 22 años Lesvy Rivera Osorio en Ciudad Universitaria, a manos de su novio.

Hoy, tras numerosas protestas que derivaron en la renuncia de varias autoridades universitarias y una pandemia de COVID-19 de por medio, el enojo y la indignación se mantienen, y se expresan a través de mantas reivindicativas y pintas que llenan las paredes de diversas facultades de la UNAM. Las demandas son varias, pero la prioridad no ha cambiado. “Primero tienen que resolver el problema del acoso, es un problema que se vive desde hace años y nunca nos informan sobre los avances o las sanciones. Las autoridades creen que si no se habla de él entonces no existe.”, afirma Laura Cruz, estudiante de Filosofía y Letras que, como otras muchas jóvenes, exigen un cambio radical.  “Nosotras formamos parte de la Universidad y por eso tenemos derecho a decidir en qué espacio nos queremos formar. Cada vez somos más conscientes de la importancia del diálogo y es por ello que decidimos participar, para que nuestra voz se escuche.” Un deseo de visibilidad y no discriminación es lo que parece mover no sólo a los estudiantes universitarios sino también a una juventud ignorada sistemáticamente.

El lenguaje como herramienta para alcanzar la igualdad

La lucha feminista se abre paso no sólo en los pasillos universitarios, también en los salones de clase y  en las calles. Cada vez son más las voces que denuncian el uso de un lenguaje estándar apegado a la norma, que reduce la realidad a lo masculino y no da espacio a la representatividad de mujeres y otras identidades. Esa voz rebelde y combativa se expresa frecuentemente a través de un lenguaje bautizado como “incluyente”, y que en otro frente, el de la comunicación,  también busca construir una realidad más igualitaria, plural, y donde los diversos sectores de la sociedad sean representados.

De esta forma, el lenguaje es cuestionado por su rol como mecanismo heredado que invisibiliza y discrimina. Contra aquellos que argumentan que éste sólo nombra al mundo que nos rodea y es reflejo de las creencias culturales, otras voces defienden que las palabras crean la realidad y a la vez son herramientas de control social.

Un antimanual de la lengua española para construir una comunicación no sexista

Con miras a combatir este sexismo lingüístico, un grupo de académicas del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la UNAM, se dio a la tarea de recabar una serie de lineamientos y sugerencias que ayuden al uso efectivo del lenguaje incluyente, no sólo para estudiantes y profesorado, sino para la sociedad mexicana en general, y que contribuyan a la claridad y comprensión de los mensajes con él elaborados. El resultado fue la publicación del “Anti-manual de la lengua española para un lenguaje no sexista”. Cuándo utilizar los artículos “las y los” a la vez, el empleo del “todes”, el uso correcto del arroba para el plural de sustantivos o el empleo de formas neutras son sólo algunas de las propuestas que se plantean. “Es necesario que esta intervención en el discurso público sea disonante y sea subversiva y sea ruidosa. De lo que se trata es de que se note.” afirma Hortensia Moreno Esparza, coautora de este Anti-manual,  el cual parte de la premisa de que “las prácticas lingüísticas hacen algo más que «reflejar las creencias culturales»: crean la realidad y son mecanismos de control social.”  De esta manera, sostiene Esparza, este documento no es meramente lingüístico, sino esencialmente político, “pues al emplearlo podemos reconocer que alguien pertenece al movimiento feminista o está a favor del movimiento por la reivindicación de los derechos de las personas que pertenecen a la disidencia sexual o al colectivo LGBTIQ+”. Si las palabras crean realidad, las nuevas propuestas del lenguaje buscan incidir en ella.

La polémica está servida. Algunos sectores más tradicionales consideran al lenguaje incluyente una aberración a la lengua española y defienden su inmutabilidad. Otros, por el contrario, lo ven como una herramienta que “permite llevar esta discusión al espacio público, pero también permite que las interacciones comunes y corrientes, las interacciones que están fuera del espacio público, empiecen a democratizarse en términos de reconocimiento, en términos de respeto y en términos también de representación., concluye Hortensia Moreno. Por ello, como señala el Anti-manual, “no tiene que ser bonito ni tiene que gustarle a nadie; lo que pretende es incomodar, incordiar, molestar, desquiciar al statu quo.” Al fin y al cabo, ¿existe otra forma de conquistar derechos?