14/10/2024 (Ciudad de México). En Asia, el gobierno de China ordenó un enorme despliegue de la armada, tropas del ejército, la fuerza de cohetes y la fuerza aérea, en unos ejercicios denominados “Espada Unida 2024B”. Curiosamente, algunos medios europeos, presentaron esta movida táctica de Beijing como si se tratara apenas de unos “juegos de guerra”, en un afán poco disimulado de subestimar el hecho, procurando no cambiar la rutina noticiosa que está girando en torno al Medio Oriente. 

Lo cierto es que “Espada Unida 2024B” involucró a miles de tropas de tierra, decenas de grandes misiles tierra-tierra y mar-tierra, al menos 125 aeronaves, así como 17 buques militares y otros navíos de asalto, encabezados por el portaviones Liaoning, que es uno de los tres que tiene China en su flota. Rodearon la isla de Taiwán, en una especie de bloqueo por mar y aire, simulando una confrontación bélica real.

Recordemos que Taiwán, también conocida como Formosa, tiene una superficie de 36.000 kilómetros cuadrados (que equivale a una tercera parte de Cuba), densamente poblada, pues allí viven 24 millones de personas. Reclama para sí el reconocimiento como “República de China”, diferenciada de la “República Popular China”, que queda en el continente, en un enorme territorio (de 9,5 millones de kilómetros cuadrados) donde viven 1,425 millones de habitantes.

China, desde hace más de medio siglo, viene desplegando su enorme poderío económico y diplomático, con los que ha logrado ser reconocida en el seno de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como el único Estado Soberano y como miembro permanente del Consejo de Seguridad, a través de la Resolución 2758, aprobada por más de dos tercios de los países de la ONU, el 25 de octubre de 1971. Desde entonces, a nivel mundial, apenas son 12 los países, incluido el Vaticano, que reconocen a Taiwán como soberano.

La República Popular China tiene como uno de sus objetivos nacionales, alcanzar la plena incorporación de Taiwán, bajo la enseña de “una sola China, con capital en Beijing”. Ha planteado a Taipei (ciudad sede del gobierno autónomo taiwanés) que tras la reunificación que le permitirá conservar un alto grado de autonomía, podrán convivir los dos sistemas económicos: 1) el llamado “socialismo con características chinas”, que combina planificación central desde el Estado con mecanismos de mercado capitalista y propiedad privada, en la República Popular China, y 2) el capitalismo neoliberal que rige en la isla.

Hace unos días, el 10 de octubre, al conmemorarse el “Día del Doble Diez”, una festividad que recuerda el levantamiento de Wuchang, que llevó a la caída de la dinastía Qing, el año 2011, el presidente taiwanés Lai Ching-te pronunció un discurso, en el que reiteró su oposición a una anexión con la República Popular China, negándole cualquier facultad para representar a Taiwán, a la que definió como “el territorio de la libertad y la democracia”. 

Aunque Lai Ching-te afirmó que estaba dispuesto a trabajar con la China continental para mantener la paz y la estabilidad, sus palabras fueron interpretadas como una afrenta por Beijing, que convocó de inmediato a los ejercicios militares.

El gigante asiático está mostrando su poderío y su intención de tomar acciones para el logro de su objetivo. El gobierno chino sabe que este mensaje se da en momentos en que Estados Unidos y la Unión Europea todavía tienen abierto un escenario de guerra de altísima intensidad en Ucrania, al mismo tiempo que el gobierno supremacista de Israel está expandiendo el escenario de la confrontación armada en Medio Oriente, iniciado con el genocidio en la Franja de Gaza, continuando con la invasión de Líbano y un inminente ataque a Irán. 

China le está recordando al mundo que puede haber un tercer gran conflicto en ciernes.