El último dossier del Instituto Tricontinental de Investigación Social aborda la necesidad de que la izquierda en América Latina enfrente el neofascismo que se avecina en la región y en el mundo

Pablo Meriguet / Peoples Dispatch

(15 de agosto, 2023).- La semana pasada, el Instituto Tricontinental de Investigación Social lanzó su Dossier #79 titulado “Para enfrentar el neofascismo en ascenso, la izquierda latinoamericana debe redescubrirse a sí misma”. En este artículo, resumimos las ideas más importantes de este documento.

El dossier busca analizar “el avance del neoliberalismo y su impacto en las condiciones materiales de la clase trabajadora en todo el continente, y examinar los mecanismos ideológicos y culturales de este modelo económico, que convence a una parte significativa de la clase trabajadora a apoyar un proyecto en el que ellos son las principales víctimas” (énfasis añadido).

¿Qué es el neofascismo?


La aparentemente extraña conexión entre la derecha y las clases populares logró materializarse a gran escala gracias al auge del neoliberalismo en el siglo XXI, caracterizado por un enfoque más radical y populista que el documento Tricontinental define como “neofascismo”. Éste, definen, es “un nuevo movimiento político, económico y cultural” basado en varios factores: la exitosa implantación de una ideología neoliberal (gracias a una clase media frustrada); el antiintelectualismo de las élites que rechaza la razón y la ciencia en favor de un aparente sentido común naturalizado; la producción de una identidad nacional punitiva, militarista, racista y misógina, moldeada por “buenos ciudadanos” que comparten explicaciones simples de procesos sociales complejos; y la rearticulación de una ideología anticomunista apoyada en el fundamentalismo religioso.

El surgimiento del llamado neofascismo solo fue posible mediante la paralización intencional de las fuerzas sociales de izquierda. Esto se ha logrado mediante la eliminación de un horizonte de futuro para los trabajadores que al neoliberalismo no le interesa forjar y el progresismo no es capaz de elaborar.

El ataque (casi) fulminante a la primera ola de gobiernos progresistas


El documento diferencia la primera ola de gobiernos progresistas de la segunda. La primera buscaba la integración regional de los distintos países, la búsqueda de la soberanía popular desafiando incluso al imperialismo estadounidense, etc. La segunda ola de gobiernos progresistas, debido a las condiciones políticas actuales, es más frágil en estas cuestiones y ya no es capaz de repetir de la misma manera las recetas económicas y políticas que desarrolló la primera ola. Según el documento, esta debilidad se expresa en el fortalecimiento de la extrema derecha regional, la uberización de los mercados laborales, la destrucción de las políticas de bienestar social, el crecimiento del poder militar estadounidense y la reconquista económica estadounidense del mercado latinoamericano.

La ofensiva de la alianza formada por las clases dominantes nacionales, el capital internacional y los gobiernos de Estados Unidos, vino de la mano de golpes de Estado o procesos políticos que debilitaron a los gobiernos de la primera ola progresista en la región: Manuel Zelaya en Honduras (2009), Fernando Lugo en Paraguay (2012), Dilma Rousseff en Brasil (2016), Evo Morales en Bolivia (2019), encarcelamiento de Lula en Brasil (2018), persecución e intento de asesinato contra Cristina Fernández en Argentina (2022), etc.

Es cierto que en cada país hubo particularidades locales, pero en líneas generales podemos ver una estrategia regional de ofensiva político-ideológica que buscó, posteriormente, una radicalización de los procesos neoliberales: “La amplia reorganización de la derecha latinoamericana presentó muchas técnicas comunes, como la combinación de medios legales e ilegales, y la centralidad de la batalla de ideas –o ‘guerra cultural’– dentro de su estrategia política”.

En definitiva, la ofensiva fue devastadora para el progresismo. Ello le obligó a moderar buena parte de su discurso de manera defensiva y a “gestionar políticas neoliberales, en lugar de construir un amplio proyecto de izquierda”. Un buen ejemplo de ello es la llamada “guerra contra las drogas”, un proyecto impulsado principalmente por las agencias de seguridad estadounidenses, al que el progresismo latinoamericano no ha logrado ofrecer una alternativa.

El progresismo ha cumplido más o menos con todas las estrategias propuestas por Estados Unidos al respecto. De hecho, una de las grandes debilidades de esta tendencia política es la seguridad ciudadana, que ha sido utilizada por ciertos políticos como Bukele en El Salvador y Noboa en Ecuador para ganar popularidad a través de un discurso militarista. “Mientras que la derecha tiene una posición autoritaria y punitiva sobre la seguridad pública y contra el narcotráfico, los partidos progresistas se han convertido en rehenes del mensaje electoral, acompañando el discurso de la derecha de encarcelamiento y castigo severo porque es cada vez más popular entre los votantes”, afirma el documento.

Las fuerzas progresistas no han sido capaces de crear nuevas formas de organización colectiva frente a las últimas estrategias políticas, ideológicas y mediáticas de la nueva derecha. Incluso cuando vuelven a alcanzar el gobierno de un país, se las ve mayoritariamente como gobiernos que actúan a la defensiva: “La transición de un gobierno neoliberal o neofascista a un gobierno progresista capaz de impulsar una transformación estructural no es posible sin una amplia base de apoyo de la clase trabajadora. En este momento, la coyuntura no favorece una amplia transformación estructural. Por esa razón, los proyectos electorales progresistas han tenido dificultades para construir un fuerte apoyo popular para sus limitados programas. La dificultad de construir un proyecto político de izquierda que pueda superar los problemas cotidianos de la existencia de la clase trabajadora ha desvinculado a muchos de estos proyectos electorales progresistas de las necesidades de las masas. Esta condición de desvinculación ha llevado a sectores de la clase trabajadora y del campesinado a buscar refugio bajo la bandera del neofascismo”.

¿Quiénes son los más afectados por las políticas neoliberales?


Sin embargo, las principales víctimas de estas políticas siempre han sido los más pobres, especialmente las personas negras, las mujeres y las personas LGBTQI. Además, los trabajadores se han visto profundamente afectados por las políticas neoliberales, no sólo en lo económico sino también en términos de su conciencia.

Estas políticas han promovido la idea de que los trabajadores pueden ser sus propios jefes, tener mayores beneficios si trabajan por su cuenta, tener mayor flexibilidad laboral, tener mayores ingresos y generar una herencia para sus hijos. En otras palabras, se ha articulado una noción ideológica en la que los trabajadores pierden su conciencia de clase como trabajadores explotados y comienzan a verse, de manera mistificada, como “empresarios/patrones”, que ya no ven sentido alguno en defender los derechos laborales si ellos, en algún momento, serán los nuevos jefes de las empresas. Esto genera una profunda fragmentación en la clase trabajadora.

La ideología neofascista y su coordinación mediática


Sin embargo, a pesar de su aparente pragmatismo absoluto, el neoliberalismo es antagónico a las necesidades vitales de los trabajadores, generando un estado de descontento y angustia de masas que conduce a enfermedades psicológicas y al aumento del uso de medicamentos para contrarrestar estos males.

Esto es así porque el neoliberalismo promueve, según su ideal del hombre exitoso, un individualismo exacerbado, la competencia descarnada entre sus miembros en detrimento del ocio y la cultura: “En el neoliberalismo, las ideas del mundo corporativo se imponen en todas las esferas de la vida, moldeando la subjetividad de los individuos. La vida ahora se estructura en torno a los parámetros del ámbito privado, enfatizando el individualismo, el consumo y el mercado como características primarias de las relaciones humanas”.

Esta reestructuración ideológica fue posible gracias a la historia de los Estados latinoamericanos, que se han mostrado a lo largo de los siglos incapaces de beneficiar a la mayoría de la población. El neoliberalismo supo aprovechar con éxito esta desconfianza histórica hacia los Estados y los gobiernos para generalizar su visión antiestatista de una sociedad futura.

Uno de los aspectos fundamentales que revela el documento es la coordinación mediática que se ha organizado y difundido para la promoción del neofascismo. Por ejemplo, Silicon Valley promueve la difusión masiva de determinados contenidos ideológicos y potencia la capacidad de vigilancia de los ciudadanos, al tiempo que construye modelos de estudio de los “usuarios” basados ​​en sus comportamientos.

Además, las fuerzas neofascistas, afirma el dossier Tricontinental, se organizan a través de think tanks, financiados por organizaciones similares en Estados Unidos y España. Esta financiación tiene como objetivo fragmentar a la clase trabajadora, disminuir la lucha de clases y crear consenso social entre las personas que consumen contenidos, principalmente de las redes sociales: “En este ámbito, donde el modelo de negocio favorece un discurso de odio, los contenidos de las redes sociales refuerzan en gran medida una ideología neoliberal, haciendo uso del fundamentalismo religioso, la teología de la prosperidad y el punitivo. Las redes sociales son un campo de batalla clave en una guerra cultural impulsada por el neofascismo y un lugar para los esfuerzos por unir a diversos grupos neofascistas de todo el mundo. Esta guerra cultural no es el resultado espontáneo del resentimiento y la indignación de las víctimas del neoliberalismo: está organizada, centralizada y extremadamente bien financiada”.

Además, el neoliberalismo ha sido muy hábil en crear una tendencia anticomunista a través de la exacerbación del fundamentalismo religioso. Como pensaba Goebbels, crea con éxito la imagen de un enemigo común declarado: el comunismo. Y aunque los gobiernos progresistas no tienen nada de comunista, cualquier proceso político que no se encuadre en el marco neoliberal se llama “comunista”. Esto permite simplificar la política y su diversidad. Tanto es así que cualquier tendencia política que quiera garantizar el papel del Estado en la defensa de los derechos es simplemente etiquetada como “comunista”, aunque una tendencia política que no se encuadre en el marco neoliberal sea una tendencia que no tenga nada de comunista.

Además, el fundamentalismo religioso es utilizado para combatir a los enemigos del neoliberalismo. Aunque esta estrategia no es nueva en América Latina, hoy se promueven valores religiosos en contra de los derechos sexuales y reproductivos a través de una guerra discursiva, que tiene un enorme impacto en las personas y provoca mucha simpatía a favor de los discursos conservadores. “Cualquier cuestionamiento a esta forma limitada de existir en el mundo es enmarcado como ‘ideología de género’, provocando pánico moral. Los neofascistas atacan, condenan y critican como anormales diversos modelos de familia. Estos actores promueven un discurso de odio y llaman a la sociedad a rectificar lo que consideran actitudes desviadas, lo que resulta en una escalada de violencia contra la población LGBTQIA+”.

Forjando una nueva alternativa para el futuro


Según el documento, lo que deberían hacer todas las fuerzas antineoliberales es reconectar la política de izquierda y el progresismo con las necesidades, dolores y anhelos de los más pobres, especialmente a través de las organizaciones populares en las calles y barrios. En este sentido, el coordinador de la oficina Tricontinental en Brasil, Miguel Stédile, advierte que “para enfrentar a los monstruos del fascismo, la izquierda necesita redescubrirse a sí misma. Frente a los problemas estructurales actuales –la catástrofe climática, la catástrofe migratoria y los conflictos armados–, la izquierda debe atreverse a proponer soluciones igualmente estructurales. La moderación y la gestión de la crisis […] no bastan para lograr cambios reales”.

Por último, el documento Tricontinental concluye que “derrotar a la derecha no será una tarea fácil, ni se limitará al ámbito electoral. Las acciones de los movimientos sociales organizados, cuyos valores colectivos de solidaridad se oponen a la ideología neoliberal, y de los gobiernos que priorizan el fortalecimiento de los derechos y las políticas que promueven el bienestar de los pueblos, son fundamentales para ganar esta lucha”.