12/04/2024 (Ciudad de México). Tras el horror de la segunda guerra mundial, Europa occidental logró reconstruirse y forjó el “Estado de Bienestar”, promoviendo, dentro del capitalismo, los derechos sociales. Era una forma de evitar la expansión de los regímenes comunistas que, luego de que la Unión Soviética derrotó a los ejércitos de Hitler, tomaron el poder en varios países de Europa Oriental.

En 1951 la “Comunidad Europea” (antecedente lejano de la actual Unión Europea) tuvo la virtud de impulsar a nivel mundial la “Convención sobre el Estatuto de los Refugiados”. Dos décadas después, Francia, Alemania, Italia, Noruega y Suecia acogieron a decenas de miles de exiliados sudamericanos, que escapaban de las dictaduras militares de los años setenta.

Vino luego el neoliberalismo con el ascenso de Margaret Thatcher, que en 1979 asumió como primera ministra de Gran Bretaña e impuso un nuevo modelo económico que se caracterizó, entre otras cosas, por un retroceso en los derechos de los trabajadores y, posteriormente, en el conjunto de los derechos sociales a través de la privatización de los servicios de salud y educación, así como otros servicios básicos. Esta tendencia se fortaleció aún más con la victoria del republicano Ronald Reagan en Estados Unidos. Era el año 1981.

Paralelamente a la caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991, el hegemonismo imperial de Estados Unidos se impuso con las intervenciones militares, en las que también participaron las potencias europeas a través de la OTAN.

Se inició con la guerra del Golfo Pérsico en 1990 y los bombardeos a Yugoslavia en 1999. La reacción de los islamistas radicales produjo el atentado a las “Torres Gemelas” en septiembre de 2001, que desencadenó la invasión de Afganistán en diciembre de 2001, y la de Irak en 2003. La OTAN contribuyó a la destrucción de Libia y el apoyo armado para la guerra civil en Siria el año 2011. Por su parte, Francia, Alemania e Inglaterra, efectuaron intervenciones armadas en varios países africanos durante la última década. Todas estas guerras en África y Asia occidental, llevaron a que millones de personas tuvieran que escapar para salvar sus vidas, siendo el único destino posible Europa.

Pero el viejo continente ya había cambiado, con gobiernos de ultraderecha abiertamente contrarios a los migrantes.

Hace dos días, el Parlamento Europeo, tras un largo debate, aprobó una estricta reforma de su política migratoria, mediante el “Pacto de Migración y Asilo”, votado por las bancadas de ultraderecha, de centro y por la socialdemocracia. Es una legislación que prioriza la seguridad sobre la solidaridad, retrocediendo más de medio siglo en derechos migratorios.

Fija nuevas reglas para el procesamiento de datos de los migrantes, para el control de las fronteras exteriores, respecto a la tutela judicial y posibles crisis migratorias, así como para la gestión y atención de los solicitantes de asilo incluyendo su reparto entre los países europeos. Define una transición hasta 2026 cuando entrará en plena vigencia.

El Pacto tiene un carácter regresivo en derechos humanos, con procedimientos para diferenciar en el trato a los vulnerables y refugiados, de los que no son elegibles para quedarse en Europa y, por tanto, serán devueltos.

“Hicimos historia” se congratuló la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola en su cuenta de X. La presidenta del Consejo Europeo, Ursula von der Leyen, calificó la jornada de la aprobación como “un día histórico, memorable”.

No coincide “Amnistía Internacional”, que en un comunicado luego de analizar la norma, aseguró que este Pacto “sólo conducirá a un mayor sufrimiento humano”. Por su parte, la izquierda radical europea, minoritaria en la Eurocámara, ha calificado esta nueva ley como el “Pacto de la vergüenza”. Según palabras del español Manu Pineda: “El nuevo Pacto de Migración y Asilo de la Unión Europea supone la muerte del Derecho de Asilo. Bruselas ha comprado el discurso de la extrema derecha y apuesta por una Europa Fortaleza”.