Las más exhaustivas investigaciones realizadas en distintas partes del mundo, han concluido que el calentamiento global no es un fenómeno atribuible a la propia naturaleza, sino a los efectos de corto, mediano y largo plazo del sistema económico industrial sobre el mundo natural desde hace tres siglos. La correlación directa entre dos variables, la expansión mundial del capitalismo y el incremento de las temperaturas en el planeta, no deja lugar a dudas.
Pero a pesar de las evidencias empíricas y científicamente sistematizadas, todavía existen negacionistas que pretenden sembrar dudas en la población realizando este tipo de afirmaciones:
Lo preocupante no es que haya gente que opine de esta forma, pues al fin y al cabo la diversidad de opiniones es parte de la convivencia social. Hay “terraplanistas” que están convencidos que la Tierra no es esférica, pero la proclamación de sus creencias en charlas de amigos sólo tiene efecto anecdótico. El gran problema es que la persona que escribió lo citado y difundió su exabrupto por redes sociales, llegó a ser presidente de su país y procedió a retirar a la principal potencia industrial del mundo de los “Acuerdos de París”, con lo que hizo un daño enorme a los esfuerzos internacionales por detener el calentamiento global.
Como los países más industrializados incumplen o cumplen parcialmente sus compromisos, continúan las altas emisiones de gases de efecto invernadero, por lo que los picos de temperaturas son cada vez más elevados, lo que cambia a su vez los patrones de lluvias, reseca los humedales, daña los ecosistemas de los valles y montañas elevando los índices de mortandad de los árboles que son fundamentales para los equilibrios hídricos, vale decir para la absorción y regulación del agua. El resultado es que llueve menos por lo que las reservas se van agotando.
Por si no fuera suficiente, los eventos climáticos extremos como sequías, incendios gigantescos e inundaciones impactan en la agricultura y la ganadería, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria.
La situación es tan grave que una de las regiones más húmedas del planeta, la Amazonía, se está secando. La crisis hídrica ya se siente en Uruguay, un país que hasta hace poco tiempo contaba con variadas fuentes superficiales de aguas y que está parcialmente situado encima del Acuífero Guaraní, la segunda reserva subterránea más grande del mundo con 40.000 km3 de agua dulce, un verdadero mar situado a una profundidad de casi 2.000 metros. Uruguay está sufriendo hoy la más grave crisis de agua potable de su historia, lo que está obligando a los habitantes de Montevideo, la ciudad capital donde vive más de la mitad de los tres millones de uruguayos, a consumir agua con alto grado de salinidad, que la empresa “Obras Sanitarias del Estado” (OCE) está extrayendo del Río de la Plata.
Y no pensemos que lo que pasa en Sudamérica es un problema aislado o lejano. En el norte de México la escasez de agua y el desabastecimiento se han convertido en problemas crónicos, que comienzan a extenderse a la parte central del país. En la ciudad de Monterrey, en cuya área metropolitana viven más de 5 millones de personas, el racionamiento es permanente aunque, según afirman pobladores de esa ciudad, no es equitativo, pues mientras las colonias con más alto nivel de vida tienen agua constantemente, en las colonias de ingresos medios o bajos la falta del líquido elemento es desesperante.
Tal vez hemos llegado a un punto de gravedad en que debemos referirnos al agua con más respeto, dejando de reducirlo sólo a un “recurso natural”. La Naturaleza no tiene recursos; es la economía que le asigna al agua ese denominativo convencional para significar que tiene un valor de uso y un valor de cambio por lo que puede ser mercantilizado, subordinándolo a las necesidades del sistema económico. Pero los economistas no hacen lo mismo con los pasivos ambientales, originados en los impactos negativos, las degradaciones y la contaminación en la extracción-explotación de acuíferos por las grandes industrias refresqueras, cerveceras y automotrices. No es tan sólo un problema de agotamiento de reservas, sino también de injusta distribución del agua, no sólo para el consumo humano sino también para todas las formas de vida de la naturaleza. Sin duda que este será tema de creciente importancia para el siguiente sexenio en México, porque la defensa del agua se ha convertido en la principal causa para preservar la supervivencia en el planeta.