19/12/2024 (Ciudad de México). La vieja Europa, que en la segunda mitad del siglo veinte, se convirtió en ejemplo de unidad, estabilidad y desarrollo, ya no existe más. La consolidación de la Unión Europea con el Tratado de Maastrich en 1993, llegó a sumar 28 países, 24 idiomas, más de 500 millones de habitantes y 4,5 millones de kilómetros cuadrados de territorio. Parecía convertirse en el bloque industrial y financiero (creó el Euro en 1999) más sólido del planeta, en condiciones de disputar de igual a igual a Estados Unidos el mando económico. Por entonces, China aún no aparecía en los registros de países más desarrollados.
Pero el proyecto se fue rezagando en el siglo veinte. El empuje de varios países asiáticos (Japón, Corea del Sur, China, India) y la solidez de Estados Unidos, originaron problemas de inserción comercial y falta de expansión de inversiones. La ampliación del bloque inicial, sumando a países menos desarrollados de Europa del Este, significó un enorme costo fiscal, que Gran Bretaña decidió no seguir asumiendo. En un proceso conocido como “Brexit”, luego de un referéndum el año 2016, los británicos finalmente abandonaron la Unión Europea en 2020.
La pandemia de ese mismo año tuvo un severo impacto económico para Europa, a lo que se sumó la rápida pérdida de presencia militar y de dominio político en África. En ese contexto llegó la invasión rusa y comenzó la guerra en Ucrania en febrero de 2022.
Los gobiernos de Europa -no importando si tenían ideología conservadora, o liberal, o incluso socialdemócrata- asumieron a plenitud la estrategia diseñada por el Pentágono e implementada por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Se metieron de lleno en la guerra pretendiendo hacerla pasar por una gesta libertadora, contribuyendo con 124 mil millones de euros al esfuerzo bélico de Kiev. En Bruselas estaban seguros que se trataba de una inversión que dinamizaría la economía europea con la industria militar, y que luego tendría muchos réditos con la reconstrucción de Ucrania y el control de sus recursos minerales.
Pero no resultó así. La guerra se prolongó, Rusia pudo resistir las sanciones económicas y forjó mucho mejores alianzas (con China e India) que Europa. El encarecimiento de los alimentos, de los insumos productivos y, fundamentalmente, de la energía, golpeó la base industrial del viejo continente. Alemania en septiembre de 2022, tuvo que aceptar, resignada, la humillación de la voladura de los gasoductos Nordstream 1 y Nordstream 2, que transportaban gas desde Rusia hasta el país germano por el Mar Báltico. Los autores del atentado contaron con apoyo de personal de inteligencia estadounidense, algo que por supuesto Washington nunca ha reconocido.
Con Alemania y Francia, los motores industriales del bloque, sumidos en la recesión económica y la crisis política, y con prioridades geopolíticas que cambiarán en Washington, a Europa no le queda más opción que salir de esa guerra, perdida por Ucrania hace bastante tiempo.
Ayer en Bruselas, se reunieron con el presidente de Ucrania -Volodimir Zelenski- la presidenta del Consejo Europeo, Úrsula von der Leyen, varios jefes de Estado, entre los que estaban Olaf Scholz de Alemania, Giorgia Meloni de Italia, Andrej Duda de Polonia, Mete Frederiksen de Dinamarca y Dick Shoof de Países Bajos, así como ministros de relaciones exteriores europeos. En la reunión también estuvo Mark Rutte, el neerlandés que es nuevo Secretario General de la OTAN.
Trataron el inevitable diálogo de paz con Rusia, tomando en cuenta que la postura del gobierno de Estados Unidos, una vez que asuma Donald Trump el 20 de enero de 2025, será acabar el conflicto. La Casa Blanca y el Pentágono, desde la fecha indicada, volcarán sus miradas hacia América Latina (particularmente Cuba, Nicaragua y Venezuela) y hacia China.
Europa se prepara para ser parte de la mesa de diálogo con Vladimir Putin. Pretenden garantizar no sólo la seguridad de Ucrania que tendrá que perder territorios, sino de toda Europa en el acuerdo. Les preocupa que las cenizas ucranianas, enciendan los Balcanes.